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lunes, 10 de noviembre de 2014

+ listos + conectados = + efectivos








La factoría Michael Porter acaba de editar otro documento antológico, en este caso para la industria; y la cuestión que en él se plantea es primordial, el de la interconectividad de los productos. Según los autores, el principal valor que las industrias del siglo pasado transmitían al consumidor era el de la calidad, o el de la perdurabilidad, o el de las prestaciones de sus productos; pero con la irrupción de los ordenadores, el valor de la adaptación a las circunstancias fue tomando fuerza. Los coches híbridos y la robótica serían ejemplos. Pero Porter y Heppelmann explican que ahora los productos, además de ser inteligentes, deberían llevar incorporada la interconectividad de origen, y defienden que éste será en el futuro el valor diferencial para la competitividad.

"Los productos inteligentes e interconectados -afirman los autores- cambiarán la percepción que los consumidores tienen de ellos, pero también lo harán las reglas de juego de la competitividad, por lo que la industria se verá afectada por este nuevo escenario. La nueva ola de las tecnologías de la información originará mejoras disruptivas en las capacidades de los productos y de sus prestaciones, lo que se traducirá en cambios radicales en el mundo de la economía y en el de las relaciones humanas".






Y todo esto que tiene que ver con la gestión clínica?

Cuando leí el documento, me pareció poco útil para nuestro sector, pero un sexto sentido me aconsejó que lo dejara reposar. Porter es Porter, pensé. Y cuando lo he vuelto a leer, he visto que los tres estadios sucesivos del concepto de producto industrial: a) el producto es bueno por él mismo, b) el producto es inteligente y se adapta, y c) el producto es más bueno cuando mejor interconectado está; me han hecho pensar que esta evolución es la que ha guiado la gestión clínica hasta la fecha, y la que le marcará el desarrollo natural a partir de ahora, y para ilustrar lo que quiero decir, he elegido algunos ejemplos:

a) El producto es bueno por él mismo: un cirujano satisfecho del buen resultado de una intervención, un médico de familia orgulloso de haber conseguido el control de la hemoglobina glicosilada de un paciente diabético complejo, o una enfermera que aplica con éxito la prevención de la úlcera de decúbito en un paciente frágil encamado.

b) El producto es inteligente y se adapta: un cirujano que comparte con el paciente los pros y los contras de una intervención, un médico de familia que está atento al impacto emocional de la muerte del cónyuge en la adherencia al tratamiento de un paciente diabético, o una enfermera que sabe aplicar las técnicas paliativas de forma proporcionada al grado de sufrimiento de un paciente en fase final.

c) El producto es más bueno cuando mejor interconectado está: un equipo multidisciplinar que no sólo tiene la capacidad de elaborar de manera conjunta un plan terapéutico individualizado de un paciente con necesidades sanitarias y sociales complejas, sino que sabe levantar alarmas cuando se detectan descompensaciones y se vuelve a reunir tantas veces como convenga para rehacer las estrategias de actuación de manera coordinada.

A mi entender, la receta porteriana industrial aplicada a la gestión clínica sería: primero, hacerlo bien; segundo, hacerlo adaptado a las necesidades reales; y tercero, tener capacidad para alinear objetivos asistenciales y saber revisarlos siempre que sea necesario. Porter nos vuelve a marcar, aunque sea indirectamente, el camino de la excelencia en la gestión clínica.



Jordi Varela
Editor

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