Cuando vamos a la consulta de un profesional sanitario hay constantes que se repiten: batas blancas, camillas, aparatos para tomar la tensión y un ordenador en la mesa. La historia clínica dejó de ser una carpeta llena de papeles y pasó a ser un formulario electrónico en el que los profesionales sanitarios se afanan. Es indudable que tiene muchas ventajas sobre el formato anterior, pero aún no se ha conseguido corregir su mayor defecto: su gran poder de distracción del profesional que la utiliza.
Las limitaciones de diseño y de usabilidad hacen que en cada encuentro clínico se tenga que dedicar un tiempo considerable de él a registrar, rellenar numerosos protocolos y realizar peticiones de analíticas, interconsultas o a emitir recetas, partes de baja o informes de todo tipo. La percepción de numerosos pacientes es que el personal sanitario mira más su pantalla que a ellos mismos, y eso no suele gustar. Tampoco es plato del gusto de las enfermeras y los facultativos, que ven cómo su limitado tiempo se gasta en menesteres que impiden dedicar una atención digna a las personas que tienen delante.
En una época en la que prima la rapidez y la eficacia, cada vez es más difícil escuchar en condiciones. Esto es un reto a todos los niveles, pero en el mundo sanitario es mayor si cabe, dado que es preciso tratar de traducir los síntomas y signos que presenta el paciente en diagnósticos certeros y tratamientos adecuados. Si la escucha no es correcta, a la hora de hacer una historia clínica y una exploración física será imposible entender lo que pasa y poder proponer cursos de acción adecuados. Esto es tristemente evidente en la atención a la infancia, con niños y niñas que consumen cada vez más antibióticos y medicamentos, y en las personas ancianas, que, padeciendo de soledad y desesperanza, ven cómo cada vez que acuden por ayuda al sistema sanitario los cargan con más etiquetas diagnósticas y pastillas que les resuelven poco. En general pecamos de sobrediagnóstico y sobretratamiento, ya que cada vez se hace un mayor uso del sistema sanitario, que termina siendo el sumidero de muchas situaciones de dificultad y sufrimiento derivado de la vida corriente que, en sentido estricto, no deberían etiquetarse de enfermedad, como termina siendo.
Por otro lado, la moda de la biometría incita a la ciudadanía a utilizar aplicaciones y aparatos que registran sus pasos, pulsaciones, tensión arterial y otras constantes. Se consigue con ello calmar la ansiedad con cierta sensación de control sobre el cuerpo y la propia salud, pero no es más que un espejismo. La medición no transforma los hábitos de vida por sí sola. Terminamos distraídos, y todo sigue igual.
Uno de los cursos de acción principales de la medicina de todos los tiempos es esperar y ver. La mayoría de las situaciones menores se terminan resolviendo espontáneamente en pocos días sin necesidad de aplicar apenas remedios externos. Sin embargo, es cada vez más difícil apelar a esta posibilidad ante la exigencia de la vida moderna de rapidez y eficacia. "Deme algo para que se me pase este catarro ya", "necesito un remedio para quitarme esta molestia", "he empezado hace unas horas con este síntoma y he venido a la consulta a por una solución rápida"...
Si el profesional que nos recibe está sobrecargado, tiene poco tiempo para dedicarnos, trabaja con un sistema de información que requiere una gran atención y concentración por su parte, la resultante es que la calidad y cantidad de la escucha que puede dedicarnos será cuando menos cuestionable.
Si a esto añadimos que dicho profesional no nos conoce por estar en un servicio de urgencias o en una consulta hospitalaria o de atención primaria adonde acudimos por primera vez, tendremos la tormenta perfecta para salir de la consulta con pruebas diagnósticas o tratamientos de más y probablemente escucha de calidad de menos.
A día de hoy no se evalúa la calidad de la escucha que los profesionales brindan a sus pacientes, aun siendo este uno de los recursos más valiosos de todo el sistema sanitario. En vez de proteger este insumo, es triste ver cómo, desde los ámbitos políticos y de gestión, cada vez se contamina más con distracciones infinitas en forma de nuevos protocolos, pantallas, clics y demás exigencias de registro y burocráticas.
En varias comunidades autónomas el sistema informático precisa de cuarenta a sesenta segundos para autorizar la firma de recetas... No son casos aislados, el castigo y la penosidad a los que los profesionales son sometidos terminan por repercutir negativamente en una calidad de la asistencia que cada vez está más comprometida por recortes, políticas sanitarias perniciosas y otras amenazas.
Estamos, pues, atrapados por una situación compleja que no permite alternativas fáciles al no ser posible dejar de usar completamente el ordenador en la consulta. Tomar conciencia de los enemigos de una buena escucha clínica es, quizá, un primer paso para replantear una mejora de la gestión de distracciones, entre las que los sistemas de información y de registro sanitario se cuentan de forma protagonista.
@doctorCasado
@doctorCasado
Gran trabajo sobre la solicitud de eventos.
ResponderEliminarApps para eventos integradas de principio a fin