Páginas

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Efecto cacahuete: una cuestión más de motivación que de información










En la década de los 70, Finlandia tenía una de las tasas más elevadas del mundo de enfermedades cardiovasculares. Su dieta incluía muchas grasas, muy poca verdura y la tasa de tabaquismo era muy alta. Veinticinco años más tarde la muerte por enfermedad cardiovascular había caído en un 65% y este país cuenta hoy con uno de los índices más bajos de consumo de tabaco i alcohol de Europa. El secreto de este éxito fue una  campaña comunitaria masiva de incentivos diversos. El proyecto para la prevención de las enfermedades cardiovasculares de Karelia del Norte, que más tarde se amplió a toda Finlandia, se centró en incentivos y no en persuasión. Leí esta historia recientemente en un artículo en el British Medical Journal firmado por una periodista, Sarah Strickland, que se preguntaba si los incentivos económicos funcionan para conseguir que la gente mejore sus hábitos saludables (1).

La enfermedades cuya prevención está claramente relacionada con la modificación del comportamiento individual, pero cuyas consecuencias aparecen de forma diferida como la diabetes tipo 2, el cáncer o las adicciones, (“chronic quadrangle” (2) según Clayton M. Christensen), resultan más difíciles de combatir, porque aun conociendo los beneficios a largo plazo del ejercicio regular, dejar de fumar, reducir el alcohol o llevar una dieta saludable, no todo el mundo es capaz de optar por esas elecciones racionales y renunciar a impulsos irracionales con recompensas más inmediatas y atractivas.

A esta tendencia a prestar nula atención a los costes acumulados de las pequeñas decisiones repetidas que favorecen la gratificación inmediata sobre la diferida, se la conoce en el mundo de la economía conductual como el efecto cacahuete (3). En el momento de decidir, acostumbramos a optar por la opción que requiere el menor o ningún esfuerzo.  Si bien, como su nombre indica, la economía conductual (“behavioral economics”) se enfoca a las decisiones que involucran cuestiones económicas, sus principios pueden aplicarse en otras áreas, incluida la salud.  

La estrategia básica para influir en las decisiones es el diseño de una "arquitectura de elección" en la que la manera en que se formulan las distintas opciones puede influir en nuestras decisiones y por tanto cambiar nuestro comportamiento. Daniel Kahneman, premio Nobel de economía, afirma que, en condiciones de incertidumbre, la representación mental o el marco o “framing” en el que se coloca la elección es crucial. Kahneman, y su colega Amos Tversky, demostraron, en numerosos experimentos, cómo un mismo individuo muestra una actitud diferente ante el riesgo según el contexto en que se sitúa la elección (4).

La Robert Wood Johnson Foundation patrocina un programa de investigación dotado con 2,4 millones de dólares para explorar nuevas formas de motivar comportamientos más saludables y más eficientes. El proyecto finaliza en noviembre de 2015 y consiste en el lanzamiento de una serie de becas para proyectos dirigidos a estudiar como combatir hábitos poco saludables, pero también a reducir el sobrediagnóstico o el uso de procedimientos de poco valor por parte de los profesionales (5). 

Aquí tienen algunas cuestiones planteadas:
  • ¿Etiquetar en la cafetería los alimentos con códigos de colores tipo semáforo según sean más o menos saludables puede contribuir a una elección más sana del menú?
  • ¿El envío de mensajes procedentes de colegas o el pago de un pequeño incentivo económico puede hacer que los estudiantes se vacunen más de la gripe?
  • ¿Es posible que la incorporación de descansos para merendar en los servicios de urgencias reduzca “la fatiga de decisión” en los médicos y, en consecuencia, reduzca el número de ingresos hospitalarios? 
Se trata de aplicar la investigación científica al conocimiento social, humano, cognitivo y emocional, buscando comprender las decisiones que toman los seres humanos individuales para construir políticas dirigidas a mejorar el resultado colectivo a partir de ese conocimiento. 

Si les interesa saber más sobre cómo los incentivos económicos pueden mejorar los resultados de las políticas sanitarias vean este video de Kevin Volpp, Director del Center for Health Incentives and Behavioral Economics (CHIBE) de la Universidad de Pennsylvania, centro adminstrador del programa de becas de la Robert Wood Johnson Foundation. En él se explica, por ejemplo, cómo el empleo de un incentivo económico triplicó la tasa de abandono del tabaco con respeto a una intervención exclusivamente informativa, en un estudio realizado ente los empleados de General Electric.




Explica Pekka Puska, Director del Proyecto de Karelia del Norte que, curiosamente, no era educación lo que necesitaban los ciudadanos, sino motivación; y si se quiere avanzar en esta línea, para obtener el compromiso de las personas con sus propias decisiones, hará falta más oficio, más instrumentos y más método, tal como comentaba recientemente Jordi Varela en su post “Entrevista motivacional y decisiones compartidas”.

Bibliografia
  1. Strickland S. Does it work to pay people to live healthier lives? BMJ 2014;348:g2458.
  2. Christensen CM, Grossman JH, Hwang J. The Innovator's Prescription: A Disruptive Solution for Health Care. New York, NY: McGraw-Hill Professional; 2009.
  3. Loewenstein G. Asch DA, Friedman JY, Melichar LA, Volpp KG. Can behavioural economics make us healthier?. BMJ 2012; 344:e3482.
  4. Daniel Kahneman. Pensar rápido, pensar despacio. Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.U. Travesera de Gracia 49 Barcelona; 2012.
  5. RWJF Progress Report—Applying Behavioral Economics to Perplexing Health and Health Care Challenges. April 22 2014.

No hay comentarios:

Publicar un comentario