Siguiendo un hilo de Ariadna que nos oriente a salir del laberinto de la complejidad ligada al envejecimiento y de la discapacidad, seguiré hablando de fragilidad, que ya definí en el post
¿Frágil, agrietado o roto?. En aquel post, indicaba como "frágil" una persona con aparente buena salud y función general, pero con alteraciones concomitantes de diferentes órganos y sistemas, a menudo sub-clínicas, que incrementan la susceptibilidad a descender hacia la discapacidad en caso de insultos de diferente naturaleza (clínica, como una enfermedad, o social, como una viudedad, etc). La detección de fragilidad tiene como objetivo principal la prevención, pues está demostrado que fragilidad y discapacidad son reversibles.
En este nuevo post, intentaré avanzar hacia la salida del laberinto, aunque pueda resultar incluso más complejo que el reto de Teseo. La metáfora de la fragilidad y, más en general, del envejecimiento como un laberinto "minoico", no es casual: se trata de fenómenos complejos, donde múltiples sistemas y órganos comienzan a alterarse a la vez, se pueden manifestar ya diferentes patologías y empezar a sumar tratamientos farmacológicos. La situación social de la persona y su entorno pueden representar elementos de fragilidad añadida. Aparte de coexistir, todos estos factores acaban interaccionando, determinando un intrincado ovillo de hilos de diferentes colores, realmente difícil de discernir. Es como si el envejecimiento tendiera a la entropía, como los cables eléctricos que, todos sabemos, tienden a enredarse. Ante esta complejidad, es impensable tirar de un solo hilo y pretender que el ovillo se vaya peinando. Por ello recetas "mágicas", como una supuesta "píldora" para combatir el envejecimiento, de momento han fracasado. Si queremos obtener resultados diferentes tenemos que cambiar de enfoque, respecto al clásico "factor de riesgo - enfermedad - tratamiento".