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viernes, 12 de mayo de 2017

Scarred hearts: Muriendo pronto, muriendo feliz









Max Blech (1909-1938) fue un joven escritor rumano que pasó buena parte de su corta vida en un sanatorio para tuberculosos. A partir de textos y epístolas suyas, el director Radu Jude construye en Scarred hearts (corazones heridos, con cicatrices) una versión de la estancia en el sanatorio. Editada con unos luminosos tonos pastel y con un formato cuadrado con bordes redondeados, parece, a priori, una de esas películas a las que llamamos "de época". Sin embargo, la obra de Jude no se limita a la reconstrucción de un tiempo o de un país, sino que nos sitúa en una dimensión más allá del tiempo o del espacio.






El sanatorio se convierte en una suerte de limbo donde los jóvenes enfermos se aíslan de un mundo a punto de caer en el holocausto de la Segunda Guerra Mundial. Un aislamiento forzado por la enfermedad pero que los sitúa en un espacio donde conviven con la vida, herida por el bacilo de Koch y la muerte, presagiada por el drenaje sin anestesia de abscesos fímicos, por el aplastamiento vertebral causado por Pott y por la opresión física de los corsés. Es en este espacio reservado a jóvenes enfermos, en este corredor de la muerte, donde ellos y ellas pretenden ignorarla. Y Jude, de acuerdo con ellos y ellas, no nos presenta una cinta oscura y deprimente sino una celebración de la vida donde unos y otros ligan, beben y hacen el amor de una manera tan romántica como física, sintiendo cómo los yesos pican unos contra otros mientras follan, con ganas, con rabia, conscientes de que tal vez no lo harán nunca más.

Scarred hearts sorprende al espectador por su ligereza. Esperábamos un drama semejante a La dama de las Camelias y nos encontramos con un grupo de jóvenes que desafían al bacilo tuberculoso celebrando la vida a las puertas de la muerte. No debemos olvidar, sin embargo, que estamos en los años treinta y que la tuberculosis equivalía a una muy grave enfermedad crónica, prácticamente como un cáncer. Y, más aún, no debemos olvidar que a pesar de que la condena sea firme, los pacientes tienen derecho a vivir todo lo que puedan, como puedan, el resto de la vida que les queda. A estos jóvenes se les indica reposo y tranquilidad, sabiendo las pocas probabilidades de sobrevivir. Y ellos optan por salir adelante, vivir deprisa. Es su decisión, responsable, digna y posiblemente razonada y razonable. Radu Jude nos lo muestra de manera suave pero bien clara. Y todos nosotros, como profesionales de la salud, tenemos que dar esta opción a nuestros pacientes. Debemos comprenderla y favorecerla si nos lo piden. Y cuando llegue la última secuencia sabremos que hemos facilitado el final de acuerdo con las voluntades del paciente.

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