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viernes, 26 de noviembre de 2021

El terror cotidiano

Antoni Peris
Derivas de cine





El parque de atracciones (The amusement park, G. Romero, 1973)

Fuente: Shudder
Mientras la población del mundo occidental sigue envejeciendo, las ventanas desde donde mira a menudo están cerradas. Plataformas audiovisuales, cine e, incluso, gran parte de la parrilla televisiva están pensados para un público adolescente y ofrecen una programación que resulta difícilmente atractiva para las franjas de población que han llegado a la edad de jubilación. Es triste ver como las películas que tienen en cuenta a la llamada tercera edad sufren dos males contrapuestos: o bien son obras reivindicativas, basadas en el drama más clásico y grabadas en formatos televisivos, a menudo poco imaginativos, o bien son obras más arriesgadas, ensayísticas, que son ignoradas por la distribución comercial y el público más amplio. Entre estas, fue un ejemplo ilustrativo The amusement park

Hace más de cuarenta años alguien cometió un disparate queriendo alertar a la población sobre las trabas cotidianas que sufrían los ancianos. Tan solidario proyecto se convirtió en un fracaso. No solo por la dificultad de atraer público hacia una película llena de abuelos desafortunados, sino también por la elección del director que tenía que realizarla, el autor de La noche de los muertos vivientes (1968) o La estación de la bruja (1972). Pero George A. Romero se tomó muy seriamente el proyecto y se lo hizo suyo. El resultado, The amusement park (1977), es una narración episódica donde un inmaculado anciano vestido de blanco acompañado de un numeroso grupo de abuelos sufren todo tipo de infortunios y abusos en un metafórico parque de atracciones: imposición de un precio exorbitante por las entradas, limitación de acceso a algunas atracciones por supuestos motivos de edad o enfermedad (una revisión oftalmológica en medio de la cola de los autos de choque que les niega el paso), limitaciones de accesibilidad a servicios de salud o malas condiciones de los mismos por su situación, desprecio o, directamente, robos y maltratos. El abuelo protagonista, finalmente, se rinde a la evidencia y, con la ropa rota, herido y humillado, se refugia en una habitación estéril aislándose del mundo exterior. 

Esta rareza, editada aprovechando los planos cortos, rodada incluso con cámara de mano, consigue una sensación angustiosa y llega a deprimir si nos hace pensar en nuestro propio futuro. Ignorada por el público al que tenía que sensibilizar y defraudando al público que habitualmente seguía al director –que esperaba ver a zombis devorando niños en los caballitos o en la noria–, The amusement park ha permanecido oculta durante décadas. Es el mismo tiempo durante el cual el sistema de protección social, en nuestro contexto, ha ido mejorando el sistema de pensiones y la accesibilidad a los servicios de salud. Pero, en este mismo periodo, han persistido las diferencias en la atención a la población más joven y a los mayores. La atención al dolor crónico osteomuscular, habitual en ancianos, se encuentra en un callejón sin salida en centros de rehabilitación superpoblados en vez de ofrecer alternativas más próximas al domicilio de los pacientes, más realistas y más eficientes. La soledad, mucho más prevalente también en esta franja de edad avanzada, es otra lacra que no hemos sabido solucionar y que está fuera del radar de los sistemas de salud y de bienestar social. Y no entremos a comentar nada a propósito de las residencias geriátricas, a menudo infradotadas como desgraciadamente ha puesto de relieve la pandemia de COVID-19.

The amusement park, esta rareza de Romero, se ha convertido paradójicamente en la más terrorífica de sus obras por la vigencia del mensaje. Una obra de lamentable actualidad que merece la pena recuperar ni que sea tan solo para reflexión social o personal.



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