Los ingenieros-diseñadores venimos equipados de serie con un cierto grado de laboriosidad que hace que nos ilusionemos con cierta facilidad ante cualquier reto en el que la techne pueda contribuir de alguna manera. El sector de la salud, una vez se ha entendido su lógica, es en este sentido un buen paradigma de abundancia de problemas por resolver. Pero al igual que nos emocionamos con lo que es posible hacer, de repente, nos pueden decepcionar las grandes dificultades que existen para progresar. ¿Y por qué digo esto?
No se muy bien cómo, se me han venido a mezclar dos cosas:
Podemos y un estudio llamado
Primary Care 2025: A Scenario Exploration del
Institute for Alternative Futures (IAF). ¿Os preguntaréis que tiene que ver este partido-seta, políticamente incorrecto, con un riguroso estudio sobre los escenarios que un grupo de expertos han identificado sobre cómo será la atención primaria de aquí a 10 años? Pues he pensado que ese contraste facilitaría una reflexión que para mí es interesante. El futuro es por definición desconocido, y lo
podemos imaginar en clave emocional o bien tratar de dibujarlo racionalmente, estimando o consensuando
la
probabilidad de que ocurran ciertos escenarios. La pregunta que me hago es: ¿podríamos recrearlo de las dos maneras a la vez? Sin entrar a considerar si la seta es tóxica o se convertirá en ingrediente clave de la cocina, no hay duda de que
Podemos ejemplifica más bien la voluntad de construir un cierto futuro mucho más basado en la emoción que en la razón. Las ventajas son las que se derivan de iluminar el imaginario colectivo con lo que podría parecer utópico. En el otro extremo, el posibilismo del sistema, los de
Podemos dirían
castocràcia, las limitaciones en sus maneras de gestionar y planificar la salud, si bien permiten que las cosas funcionen hoy, mañana y pasado mañana, llevan a la vez el lastre que niega o, si se quiere ser más suave,
condiciona de facto lo que se podría llegar a hacer.