miércoles, 17 de septiembre de 2014

¿Sin intermediarios?




 
Desde hace años, en casa, una parte significativa de los alimentos los hemos comprado en el mercado de Vic. La liturgia de muchos sábados pasa por la verdura y el embutido, ropa, algún utensilio para la cocina, un cojín, una alfombra o incluso libros (comida para cuerpo y espíritu en el mismo mercado de la plaza). Además, en otoño, las setas ocupan la esquina alrededor del Merma, y la fruta de temporada viene del campo al mercado directamente. Parece que compres más puro si compras en el mercado (aunque a veces también te engañan). Sin intermediarios, directamente de quien cultiva. Es la ilusión del mercado. 
La figura del intermediario tiene un cierto punto de descrédito. Seguramente un descrédito que no es del mismo nivel que el del encargado, pero casi. El caso extremo sería el de Platón donde, en el mito de la caverna, hace jugar al filósofo el papel de intermediario (y, si estiramos el hilo, podríamos extrapolarlo y decir que el buen gobierno es el de la aristocracia, la élite, es decir, el de los intermediarios de alto nivel).

Acabo de leer el libro En el enjambre” de Byung-Chul Han (es el mismo autor del libro “La sociedad de la transparencia” que comenté en una entrada anterior: “Los hombres (de mi generación) no lloramos”). Es un libro corto (108 páginas), denso, que requiere una lectura reposada. Habla de la red, del anonimato de la red y de la imposibilidad de generar respeto desde el anonimato: "Los individuos que se reúnen en un enjambre digital no desarrollan ningún nosotros (como mínimo, ningún nosotros con recorrido y perspectiva, todo es demasiado volátil).

Pero el tema que quiero comentar es el de la mediación (el de los intermediarios). Byubg-Chul Han dice que la exigencia de presencia en el medio digital es una amenaza para la representación (para los intermediarios). De hecho, antes de la era digital ya habíamos perdido intermediarios como, por ejemplo, los curas. La falta de representación hace que no haya filtro (para identificar lo relevante y separarlo del resto) ni distancia (para ver las cosas con perspectiva). Se produce el espejismo de que todo nos lo podemos hacer solos. Tener presencia es importante y, puede parecer, que toda presencia tiene la misma importancia y el mismo valor. Sin intermediarios la presencia se iguala sin garantías. Yo creo que la simple presencia iguala, pero por la parte de abajo, los mínimos, no los máximos (más relacionados con la exigencia y el rigor).

Si esta hipótesis, la de prescindir de los intermediarios, es acertada, algunos colectivos se tendrían que sentir especialmente afectados: políticos, maestros, periodistas o médicos (excluyo enfermeras, de momento). Quim Brugué, en su libro: "És la política, idiotes!"(Edicions a Petició, 2012) llama acertadamente la atención sobre la importancia del papel de la política (la política no debe ser un oficio sino un servicio).

Prensky (el autor que popularizó el concepto de inmigrantes digitales versus nativos digitales) habla de los nuevos paradigmas de la educación: del enseño lo que sé, ahora se debe enseñar lo que se aprende (compartir). Ni que hablar de la crisis del periodismo: temas financieros (en parte relacionados con el reparto de los recursos relacionados con la publicidad), multiplicidad de puntos de información (la red genera un volumen inmenso de información) y la concentración de los canales de comunicación, pueden ser algunas de las causas de la crisis del periodismo. Está claro que los médicos no nos escapamos de la crisis de la intermediación. El trabajo en equipo, el papel de los pacientes mucho más activos y decisivos ("nada que me afecte a mí sin mí") y la propia complejidad de la práctica clínica hacen que sea poco sostenible un filtro único.

En todos estos casos, la crisis se produce porque la función de intermediario quizás se ha desarrollado mucho más allá del filtro y, alguna vez, se han podido ver rasgos más característicos del evangelizador, el adoctrinamiento o, simplemente, de guardianes de la ortodoxia. Pero, ¿basta con la presencia en la red? ¿O todavía los necesitamos, los intermediarios?

Yo sí que necesito intermediarios. Un ejemplo, la poesía. Hay quien dice que lo que hay que hacer, simplemente, es leer poesía y ver qué te sugiere. En el vídeo Gabriel Ferrater (1922-1972) recita "Cançó de gosar poder" (canción de osar poder), un poema fascinante, sin intermediarios, donde el propio poeta es el rapsoda (el texto lo pueden encontrar (también en castellano) en la revista literaria del "Pen català")No és un poema fácil. Però, aquí hay un par de referencias (intermediarios: Massip 2012 y Veus Baixes 2012) que a mi me ayudan a entender Ferrater. Con la buena intervención de los intermediarios soy capaz de mejorar la comprensión del poema.



Por más sabios que nos creamos, el común de los mortales necesitamos intermediarios. ¿Es vanidad pensar que salimos solos de todo? Ciertamente, los genios quizás se mueven en otra dimensión, pero los humanos necesitamos muletas. Pero, ¿cómo deben ser los intermediarios?

El intermediario convencional hacía papeles poco aceptables: "portero de discoteca" (sólo entran los que yo quiero), "padre castrador" (esos temas no se tocan) o "canal exclusivo" (todo a través de mí). Está claro que ese tipo de intermediarios no me gustan. La nueva intermediación quizás se acerca a la que propuso hace unos años Gunther Eysenbach con el nombre de apomediación. Ahora el intermediario es el que se mantiene en medio ("in between"), que conecta, que está a disposición, que ofrece lo que se necesita (no el que ofrece sólo lo que sabe hacer) y que, además, es capaz de cambiar en función del feedback que recibe. Este intermediario puede tener forma de persona, de red, de seguidor de twitter, del blog de ​​Jordi Varela o de grupo colaborativo.

Es agradable pensar que en el mercado (de Vic) puedo comprar sin intermediarios (aunque no sea del todo cierto). Pero, en la vida real yo necesito intermediarios. De los buenos, eso sí.

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