viernes, 17 de mayo de 2019

La disrupción nunca está en la punta del iceberg








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Por azar, hace un par de años encontré unas imágenes de Gediminas Pranckevicius, un diseñador gráfico lituano. Algunas de estas imágenes presentan una parte superior (pequeña) en la que describe escenas convencionales, pero el resto de la imagen (la parte inferior) es de una complejidad muy grande. La metáfora es automática: hay vida (extraordinaria) en la parte sumergida del iceberg.


En la parte sumergida del iceberg se producen cambios disruptivos que, en poco tiempo, cambian la imagen de la superficie visible. El taxi es un servicio que está cambiando de una manera muy profunda. La prensa digital da algunas pistas. En Nueva York parece que hay diez veces más taxis alternativos que taxis convencionales, lo que ha provocado una disminución de los ingresos de los taxistas (de casi el 30%), una disminución del valor de las licencias y un impacto negativo en el tráfico debido al gran número de vehículos que circulan sin pasajeros. Se trata de un problema importante desde muchos puntos de vista y lo más impresionante es que estos cambios profundos se han producido en menos de cuatro años.

Cuando se extrapola esta situación al mundo de la sanidad y se habla del impacto de la digitalización –o de la tecnología en general–, muchos colegas dicen que la disrupción en el campo de la salud nunca será tan radical ni tan rápida.

Muchos profesionales sanitarios opinan que estos cambios disruptivos no se producirán en el mundo de la salud. Quizá no. Pero la rifampicina se introdujo en 1973 y los sanatorios antituberculosos cerraron el 1981. El TAC cerebral arrinconó al EEG y los macrólidos erradicaron al Helicobacter pylori y llevaron a la vitrina de la historia la vagotomía selectiva. O la irrupción de la cirugía laparoscópica. Todos estos cambios se diseminaron en muy poco tiempo. Si esto no son disrupciones quizá tendríamos que revisar su definición.

Las organizaciones sanitarias se preocupan permanentemente del futuro. Las aproximaciones suelen ser sólidas y muy argumentadas y las propuestas quieren ajustar las necesidades a la capacidad (económica y humana) para resolver los retos pendientes. La estrategia nacional de la atención primaria y salud comunitaria (ENAPISC) es una de estas aproximaciones al futuro. Estos marcos conceptuales son necesarios, pero la pregunta clave es: ¿son suficientes? ¿Hablamos de la punta del iceberg (de lo que es evidente) o de las nueve décimas partes invisibles? 

Me parece que hay muchos elementos por debajo del pianista de la imagen de Pranckevicius. Osaría identificar tres:

a) La perspectiva de la ciudadanía. Hay buenas propuestas de participación de la ciudadanía que han dado lugar al AQuAS (2015) y al marco de la  participación ciudadana en salud (Departamento de Salud, 2017). Pero es crucial pensar de qué manera se incorporará la perspectiva ciudadana a los modelos de transformación del sistema de salud. ¿Decimos lo mismo los sanitarios y los ciudadanos cuando hablamos de integración? ¿La integración incluye la gestión del tiempo y el flujo de información en el mundo real? Es clave no hacer suposiciones cuando hablamos de los intereses de la ciudadanía.

b) ¿De qué manera influirán los datos (el uso masivo de datos) en el diseño de los servicios? Ping An Good Doctor es una plataforma de salud china (con más de 200 millones de usuarios) que combina la tecnología móvil y la inteligencia artificial para ofrecer servicios de salud. Ha instalado unas cabinas de 3 m2 que ofrecen diagnósticos de salud sin profesionales sanitarios y acceso inmediato a fármacos básicos (One-Minute Clinic Booths). Un vídeo del Dr. Jay Davisson comenta algunas ideas interesantes sobre el hecho de que la inteligencia artificial asuma labores de profesional sanitario. La tecnología ofrecerá respuestas que ni tan siquiera nos podemos imaginar. Y no entro a valorar su “calidad”.

c) La consecuencia lógica de la irrupción del mundo de los datos y de la inteligencia artificial nos lleva a la pregunta de hasta qué punto las máquinas realizarán trabajos que ahora efectuamos los humanos o hasta qué punto la interacción íntima entre el ser humano y la máquina cambiará la práctica asistencial. Hay algunas respuestas inquietantes en el libro To Be a Machine de Mark O’Connell. ¿Las máquinas (la tecnología) compensarán la fragilidad del cuerpo humano? ¿Tenemos que empezar a pensar en los cíborgs?

Quizá, al final, si queremos prever el futuro, tendríamos que formular la pregunta a la inversa: ¿qué trabajos no realizarán las máquinas? Algunos autores dicen que a los humanos todavía nos queda la empatía, la creatividad y la intuición... por lo menos de momento.

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