viernes, 18 de marzo de 2022

Estrés bélico

Andrés Fontalba
Mental fugit





Fuente: EFE
El estrés es una reacción adaptativa. Cuando sucede un cambio aparece un esfuerzo por afrontar el nuevo reto y, de este modo, el propio organismo se adapta y puede experimentar emociones, incluso agradables, ante este proceso. En este caso, el estrés es estimulante y motivador. Por desgracia, en situaciones tan angustiosas como las que provoca el conflicto bélico actual, el estrés se hace tan intenso que es gravemente perjudicial para la salud y una de sus consecuencias más severas es el trastorno por estrés postraumático, una enfermedad que surge como reacción tardía a situaciones extremadamente amenazantes o catastróficas. Este trastorno se caracteriza por la repetición de episodios en los que se revive el evento traumático en forma de sueños, flashbacks o recuerdos intrusivos, a menudo acompañados de entumecimiento emocional y disociación. Puede implicar un desapego de los demás y la evitación de actividades que recuerden el evento. La ansiedad y la depresión también pueden estar presentes y el abuso de sustancias y las ideas de suicidio son frecuentes.

Las guerras más recientes han afectado principalmente a países con ingresos medios y bajos y con unos recursos sanitarios limitados. En estos escenarios, hasta un tercio de la población superviviente se ha visto afectada por el trastorno por estrés postraumático. Se han desarrollado intervenciones psicológicas regladas dirigidas a los supervivientes de conflictos masivos que han demostrado su efectividad tanto en población joven como adulta. Sin embargo, la mayoría de los países con ingresos bajos, y más aún después de un conflicto, carecen, por un lado, de recursos económicos y, por otro, de profesionales capacitados para poner en marcha estas terapias.

Las herramientas digitales de las que disponemos hoy en día aplicadas a la salud pueden ser útiles y tienen un grado muy alto de aceptación por parte de la población. Sirven tanto para el tratamiento como para la prevención de los trastornos de salud mental y de abuso de sustancias que aparecen durante y tras las guerras. Numerosos estudios demuestran la eficacia de las intervenciones de apoyo telefónico, de mensajes de texto u online, así como de las aplicaciones digitales para dispositivos móviles, que ofrecen buenos resultados tanto en entornos clínicos como comunitarios. Estas tecnologías amplifican también el alcance de personas a las que podemos llegar y son un gran soporte de las intervenciones asistenciales y de  la formación de los profesionales disponibles.

La sensación colectiva de ansiedad y, concretamente, el alto grado de sufrimiento que padecen las personas afectadas por la guerra ponen de manifiesto la necesidad de destinar más recursos a mejorar la salud mental de la población, más aún en las personas vulnerables debido a las adversas circunstancias que están atravesando. Este enfoque debe ser global y requiere también un fortalecimiento de la atención primaria y el impulso de intervenciones psicosociales llevadas a cabo por personas no profesionales que estén capacitadas para aplicarlas, destacando el papel de las familias y de los cuidadores y cuidadoras informales. La atención debe centrarse tanto en la persona como en la comunidad.

Sin olvidar que para evitar muertes, sufrimiento y el doloroso estrés bélico es preciso construir y mantener la paz.

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