lunes, 25 de enero de 2021

Asumir la incertidumbre aumenta la credibilidad

Andreu Segura
Chomel




Stephen Savage. The New York Times. 7 de abril de 2020.

No es raro escuchar quejas de la gente sobre la poca claridad de algunas de las medidas preventivas recomendadas para evitar la transmisión del virus de la pandemia, quejas incluso provenientes de profesionales de la sanidad. En ocasiones son vituperios dedicados a supuestas contradicciones, otras veces denuncias en cuanto a hipotéticas imprecisiones y, en general, lamentaciones acerca de ambigüedades siquiera aparentes. En resumen, requerimientos de una seguridad lo más rotunda posible, lo que sugiere rechazo a ambigüedades, dudas e incertidumbres. Situaciones que nos provocan desazón y zozobra. Incomodidades que tal vez reflejen una predisposición ancestral a eludir aquello que nos hace vacilar, quizás porque en la prehistoria tardar mucho en decidirse se asociaba a una elevada probabilidad de acabar entre las fauces de algún depredador. 

Pero a pesar de tantos esfuerzos como se han dedicado a ir desvelando las incógnitas que caracterizan esta pandemia, persisten multitud de interrogantes, de modo que la incertidumbre, y hasta la confusión, dominan todavía el panorama. Y aun cuando vayamos limitando paulatinamente la ignorancia, al ritmo que requiere contrastar las explicaciones aportadas por el conocimiento científico, es verosímil suponer que una comprensión total está fuera de nuestro alcance. Lo que algunos denominan "incertidumbre radical".(1)

Esto nos lleva a pensar que tal vez lo que en el Paleolítico fuera deseable, puesto que permitía sobrevivir (y reproducirse) a los más temerarios incluso si sus decisiones eran inadecuadas, porque no decidirse era en general peor,(2) en nuestras circunstancias puede que no lo sea tanto ya que dudar tiene algunas ventajas, entre las cuales destaca no dar por buenas explicaciones erróneas o, por lo menos, mejorables. No solo esas ventajas, como nos recuerda Victoria Camps en su Elogio de la duda.(3)

De ahí la conveniencia de asumir la ignorancia y la incertidumbre y, sobre todo, saber gestionarlas en nuestro provecho. Tratando de desvelar nuestro desconocimiento, pero sin avergonzarnos de ello ni disimularlo, porque negando la ignorancia es mucho más difícil superarla. Y admitiendo que tal vez nunca consigamos entenderlo todo... de casi nada. Lo cual no debería llevarnos a la resignación ‒que no deja de ser rendición‒, sino más bien a velar por que nuestra reacción a lo desconocido no nos perjudique o, lo que es lo mismo, que el remedio no sea peor que la enfermedad, como sucede con algunas de las medidas preventivas actuales. En ocasiones porque son desproporcionadas y en otras porque no se llevan a cabo adecuadamente, ya sea porque su práctica es incorrecta y a menudo también inapropiada, como si se tratara de talismanes o amuletos, o porque no siempre las adoptamos con suficiente sensatez y sentido común. 

Limitaciones que hacen más difícil convivir con la pandemia y que, al menos en parte, se podrían superar mediante una gestión conveniente de la incertidumbre. Pero las dudas nos desasosiegan y, lo que es más importante, reconocer que las experimentamos ‒igual que admitir la ignorancia‒ merece habitualmente el reproche, cuando no el desprecio, de los colegas. Reclamar de nuestras autoridades legítimas y de nuestros expertos que reconozcan directamente lo que no saben y lo que no tienen claro quizás sea demasiado pedir. 

Aunque un reciente artículo(4) publicado en JAMA abre la puerta a esta posibilidad, puesto que en una encuesta a una muestra representativa de 3.182 personas residentes en Alemania y mayores de 18 años, que ha obtenido más del 70% de respuestas válidas, la mayoría de ellas expresa su preferencia porque se asuman las incertezas en la comunicación sobre la pandemia de COVID-19. 

Para los que se reconocieron particularmente escépticos sobre la idoneidad de las medidas gubernamentales de contención, una comunicación que no esconda la incertidumbre les resulta, al menos en intención, más motivadora. Unos resultados que han sorprendido a los investigadores ya que la impresión más extendida es que reconocer públicamente la incertidumbre aumenta la incomodidad y disminuye el cumplimiento de las recomendaciones consecuentes. Aunque tal impresión quizás refleja más la zozobra de los comunicadores, de las autoridades y de los expertos que la del público en general. 


Bibliografia

1- Kay J, King M. Radical Uncertainty . Decision-making for an unknowable future. London: The Bridge Street Press, 2020. 
2- Pero que una actitud temeraria fuera menos mala que una actitud pusilánime en el Paleolítico no significa que hoy lo siga siendo, al menos en el mundo privilegiado que es el nuestro. Baste tener en cuenta que quienes en la prehistoria eran resistentes a la insulina sobrevivían mejor a la precariedad alimentaria, que además exigía esfuerzos físicos notorios, mientras que la accesibilidad actual a los alimentos ‒aunque todavía ajena a una parte de la humanidad‒ conlleva que la resistencia a la insulina sea una desventaja para nuestra salud.
3- Camps V. Elogio de la duda. Barcelona: Arpa, 2016.
4- Wegwarth O, Wagner GG, Spies C, Hertwig R. Assessment of German public attitudes toward health communications with varying degrees of scientific uncertainty regarding COVID-19. JAMA 2020; 3(12):e2032335. doi:10.1001/jamanetworkopen.2020.32335.

2 comentarios:

  1. Cuanta razón. Como en todos los aspectos de la vida, la ciencia de la medicina tampoco es exacta. La duda sobre lo desconocido y la ignorancia nos lleva al progreso, mientras que la resignación a la rendición.

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