lunes, 27 de septiembre de 2021

¿Paternalismo o autoritarismo?

Andreu Segura
Chomel



Si un extraterrestre visitante de nuestro planeta viera las medidas adoptadas ante la pandemia de COVID-19, ¿que diría? ¿Su percepción variaría mucho según los países del mundo que visitase? ¿O las realidades entre países no son tan diferentes como algunos pretenden destacar, a pesar de las distintas condiciones previas existentes?

Pero, si se diera el caso, ¿qué es lo que pensaría de las medidas más comunes: mascarillas, termómetros, desinfectantes, pasaportes, restricciones de los derechos civiles, interferencias en las actividades sociales y económicas, etc.? Entonces, el alienígena quizá se sorprendería viendo que mucha gente exige ser tratada como un niño incapaz de afrontar serenamente los infortunios; reclamando inquieto que su papá (o su mamá) le solucione el problema, es decir, que le aleje la sombra de la enfermedad y de la muerte, convencido de que estas –todas y siempre– pueden y tienen que ser evitables con las políticas adecuadas, aunque sin renunciar a ninguno de los privilegios de los que disfruta como, por ejemplo, una fiscalidad inequitativa, que quizá contribuyen, siquiera en parte, a la aparición de una pandemia como la actual. 

Hay que matizar, no obstante, que existen varios tipos de personas. Un grupo importante hace caso a los gobernantes. También mayoritariamente acepta con resignación las consecuencias de la infección cuando se producen (ciertamente en una minoría de los infectados). Por último, también soporta las drásticas y autoritarias medidas preventivas que provocan lamentablemente no pocos efectos adversos como, por ejemplo, el hacinamiento doméstico o en el transporte –los que tienen la suerte (?) de conservar el trabajo– o la pérdida de capacidad adquisitiva hasta el extremo de tener que pedir para poder comer. 

Y eso que actualmente el paternalismo no está bien visto. Cuando menos en apariencia. Porque en el fondo, actuar libremente conlleva cierta responsabilidad respecto a las consecuencias de nuestros actos. Y el miedo a no hacer las cosas bien. Así ha sucedido en muchos lugares con la COVID-19, ante la cual una gran parte de las sociedades acomodadas ha reclamado desde el principio la adopción de medidas de protección tan drásticas como fuera necesario. Incluso menospreciando la ausencia de pruebas sobre la posible eficacia de tales medidas. Confiando que cuanto más  duras –o más espectaculares– fueran, más útiles resultarían para prevenir la propagación y , particularmente, la eventualidad de enfermar ellos mismos. Está claro  que la espectacularidad de las medidas protectoras tiene un efecto ansiolítico nada despreciable. Sin tener en cuenta que, con independencia del efecto preventivo realmente alcanzado, estas medidas implican consecuencias negativas para mucha gente, aunque se trate de colectivos que no tienen mucha conciencia de los peligros ni, sobre todo, mucha capacidad de hacer oír su voz. 

Porque para la gente que tiene poder de reclamar, entre la cual también hay personas que se dan cuenta de que no es justo ni realista suponer que somos realmente responsables de todo lo que sucede en nuestra vida, el paternalismo, en alguna medida, estaría justificado. Podemos controlar únicamente una parte de nuestra existencia. Y no muy  grande. Muchos de los determinantes de nuestras vidas, y particularmente de nuestra salud, son de naturaleza colectiva y por lo tanto sensibles tan solo indirectamente a alguna influencia nuestra como individuos. Por ejemplo eligiendo a nuestros representantes políticos o controlando  sus  actuaciones. 

No se puede negar, por lo tanto, que el paternalismo o, si se prefiere, el maternalismo, tiene algunas justificaciones. De entrada, en los casos en los que no se nos pueden pedir responsabilidades, como por ejemplo en la niñez antes de llegar a la mayoría de edad o si sufrimos alguna circunstancia que nos incapacita. Pero también cuando somos adultos, como nos recordaba el profesor Macario Alemany en el encuentro anual de Ética y Salud Pública de SESPAS con la Fundación Grifols(1): "En el lenguaje ordinario, (...) el calificativo «paternalista» se usa de modo peyorativo; porque aludiría a una práctica injustificable, arrogante, pretendidamente benevolente pero fuera de lugar por irrespetuosa con la autonomía. No ocurre lo mismo en algunos contextos especializados donde la idea de un «paternalismo justificado» es vista como exigencia de una concepción de la racionalidad que toma en consideración a los seres humanos tal y como son." Y prosigue: "No basta con obtener cualquier consentimiento del paciente, sino que requerimos un consentimiento válido («suficientemente informado»). Igualmente, en el plano colectivo, la pura aplicación de la regla de la mayoría es una forma degradada de democracia; una demagogia sin valor moral. Pero el paternalismo justificado no niega el valor de la autonomía individual o colectiva."

Un paternalismo justificado, como él mismo lo denomina. Ciertamente no todos los paternalismos –o lo que entendemos como tales– son equivalentes. Ni siquiera en cuanto a sus verdaderos propósitos. Aunque cuando se aplican siempre se diga que es para proteger el bien común y, a veces, el bien personal de quien no sabe muy bien qué es lo que más le conviene.

Todo esto viene a propósito de una reciente revisión sobre el impacto del paternalismo en las políticas ante la COVID-19(2).  Una indagación bibliográfica no exhaustiva, dada la voluntad de los autores de influir cuanto antes en las decisiones políticas, muestra los insistentes requerimientos continuados que, desde la sanidad, reciben los gobernantes para modificar los comportamientos de la ciudadanía sobre el juego, el alcohol, el tabaco, la alimentación, etc. Y todavía más perentorios cuando imponen estados de alarma, confinamientos perimetrales o la obligación de permanecer en casa. Medidas justificadas por la conveniencia de retrasar la propagación de la infección y que, inevitablemente, interfieren en la libertad de personas y grupos. 

Precisamente por eso hay que valorar si estas restricciones son pertinentes y proporcionadas para lograr los propósitos sanitarios explicitados. Y bien es verdad que, con los datos disponibles actualmente, no queda suficientemente claro que la opción paternalista sea la mejor. Tal vez sería más adecuado denominarla autoritaria que paternalista, dada la calidad coactiva de la decisión, juicio que inevitablemente resulta modulado por la influencia ideológica de los valores de quien la emite(3).  Si prefiere –o esto manifiesta– morir de pie que vivir de rodillas. O, en el otro extremo, prefiere aprovechar el impulso que, a menudo desde el campo de la salud pública, quieren dar para facilitar la decisión más saludable, escondiendo el salero en los restaurantes o haciendo más confortables las escaleras que los ascensores, ¿se trata de paternalismo justificado o no?(4)


Bibliografía

  1. Alemany M. Diez argumentos a favor del paternalismo en salud pública. En: Puyol A, Segura A (coord.) Ética y promoción de la salud. Libertad-paternalismo. Encuentro anual SESPAS. Barcelona: SESPAS/Fundación Grifols,2019: 16-29. 
  2. Fadel N. The impact on (sic) paternalism on Covid-19 policies. Academy letters preprint, 2021. 
  3. Nour Fadel. Químico. Laboratorio de Toxicología Clínica y Ambiental. Facultad de Medicina. Universidad de Sohag. Egipto. 
  4.   Thaler R, Cass Sunstein C. Un pequeño empujón. Barcelona: Taurus, 2019. El original es The nudge, editado por Yale University Press

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