viernes, 5 de noviembre de 2021

Salud digital: acerca de desigualdades en los ancianos

Marco Inzitari
Manejar con cuidado



“La priorización de la atención a la COVID-19 cambió la relación médico-paciente en detrimento de las visitas presenciales programadas para la detección y seguimiento de enfermedades crónicas, que bajaron casi un 41%. Para volver a los niveles prepandémicos de diagnóstico y gestión de las enfermedades crónicas, los servicios de atención primaria de salud tendrían que reorganizarse y realizar acciones específicas para los colectivos de mayor riesgo”. Cito textualmente un artículo reciente, muy interesante, del grupo del Dr. Antoni Sisó, actual presidente de la Sociedad Catalana de Medicina Familiar y Comunitaria (CAMFiC) y destacado investigador.

¿Cuál será el papel real de las tecnologías digitales y de la virtualidad en la atención a las personas de edad en esta reorganización? He compartido las reflexiones de este post con Carme Carrión (@CarmeCarrion), profesora de Ciencias de la Salud e investigadora  principal del eHealthLab de la UOC, experta en salud digital, con quien hemos emprendido algunos proyectos colaborativos de fomento del envejecimiento saludable. Ciertamente, su mirada experta puede añadir valor (¡y credibilidad!) a mis reflexiones.

De cara al futuro, para crear un buen mix de atención presencial y remota hemos de ser conscientes del valor añadido real de la tecnología y de esta nueva manera de atender a las personas. Pero también hemos de considerar sus limitaciones para superarlas. Tal como nos recordaba Elena Torrente justo antes de la pandemia, la salud digital es uno de los objetivos de la OMS, en línea con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU. La atención remota, o parcialmente remota, también es posible a personas con patologías crónicas, e incluso pueden fomentarse remotamente hábitos de vida saludable, también en personas de edad.

Respecto a la capacidad y voluntad de emplear la tecnología por parte de las personas de edad, mitos y realidades se entremezclan, muy convencidos inicialmente de que las personas mayores y la tecnología son mundos profundamente divorciados. Ahora, de repente, lo estamos desmitificando, como si el hecho de que muchos “ancianos” que conocemos utilicen Whatsapp certificase su capacitación digital. Probablemente el punto fundamental es que hablar de “personas de edad” no es correcto, estamos mezclando una gran diversidad en un solo grupo: personas de 65 y 85 años, robustas o frágiles, sanas o enfermas, con mayor o menor apoyo y red social, con mayores o menores habilidades y conocimientos tecnológicos, con más o menos recursos económicos y tecnológicos. 

Los datos de los que disponemos, que por desgracia pocas veces son de nuestro contexto, nos indican que:

  1. La preparación digital de las personas mayores empeora con la edad, de forma que la capacitación de una persona de 85 años, en general, no puede compararse con la de una de 70.
  2. Como siempre sucede en envejecimiento, la edad cronológica no lo es todo: el deterioro cognitivo o la falta de confianza en las capacidades digitales de uno mismo (al igual que, probablemente, otros factores)  influyen.
  3. La brecha digital es peor en las personas de edad que en otros grupos desfavorecidos y está claro que cuando la edad avanzada se suma a discapacidad y pobreza, la brecha puede llegar a una exclusión total. 

Para dar mayor consistencia a las tres afirmaciones efectuadas, un artículo reciente, muy bien estructurado, de investigadores de la División de Geriatría de la Universidad de California San Francisco (UCSF) y publicado en la revista JAMA Internal Medicine pone en evidencia que, en 4.525 personas mayores de Estados Unidos valoradas en 2018, la “preparación digital” (definida como “presentar déficits sensoriales de tal magnitud que no permiten utilizar el teléfono o ver la TV, sufrir una demencia, no disponer de herramientas que se conecten a internet o no saber cómo usarlas o no haber hecho uso alguno de correo electrónico, mensajería o internet en el último mes) era potencialmente siete veces peor en personas de 85 años o más, comparada con la de las  personas de 65-74. Por cierto, también era potencialmente peor en los hombres respecto a las mujeres, así como, tal como puede esperarse, en personas menos instruidas, con menores ingresos, con peor salud y que no fueran de raza blanca.

Otros factores, como el deterioro cognitivo o la falta de confianza en la propia capacidad de utilizar tecnología, reducirían la posibilidad de contactar con amigos u otras personas, buscar informaciones, utilizar la banca digital o comprar a través de internet, en una muestra representativa de personas mayores en Alemania.

Si nos trasladamos a Corea, resulta que la brecha digital (escasa “literacy digital” o habilidades digitales) en las personas de edad es superior a la de otros grupos “tecnológicamente desfavorecidos” como, por ejemplo, personas con discapacidad, bajos ingresos económicos, campesinos o pescadores, y que se ha incrementado en el curso de los años. En cuanto a  las prioridades, parece que, considerando siempre la realidad de Corea, la capacitación hacia el uso sea más urgente que el acceso. 

Para las personas del perfil que hemos descrito, la atención no presencial se desviaría más fácilmente hacia la atención telefónica. Por otra parte, sobre todo en las personas con necesidades complejas, el mismo artículo de UCSF destaca que la atención telefónica no es ni será suficiente. Además, este grupo seguramente no será favorecido en las nuevas vías de contacto y peticiones de visita a través de herramientas electrónicas que se están implementando en Cataluña.

Para el futuro, pensamos que:

1. En el ámbito asistencial es necesario un equilibrio adecuado entre diferentes modalidades de provisión de la atención en salud, sobre todo para las personas con multimorbilidad crónica y necesidades complejas. Este mix correcto se tiene que replantear para todas las personas usuarias de las organizaciones de salud. Hablamos de medicina personalizada, pero la centramos mucho en aspectos biomédicos; en cambio, no profundizamos lo suficiente en la manera como cada persona interacciona con los profesionales y el sistema. ¿Cuándo hay que utilizar herramientas digitales y cuándo no? ¿Quién puede y quiere utilizarlas? ¿Qué cambios hay que realizar para ofrecer una atención personalizada a cada grupo de personas? La organización de estos aspectos ha de derivar de un pacto entre el sistema de salud y los profesionales, sobre todo en el caso de la atención primaria y otras especialidades en régimen ambulatorio. Los profesionales, con la evidencia en la mano y con participación de los usuarios, han de definir esta “nueva forma de trabajar” y cómo se aplica a su contexto local directo, que será diferente de otros muchos. También pensamos que la atención remota de otras patologías a segmentos específicos de la población puede “liberar” tiempo para que los profesionales puedan dedicarse a atender presencialmente a los más complejos, principio que es coherente con uno de los pilares del Informe Topol sobre salud digital, acerca del cual Tino Martí nos ilustraba hace unos meses.

2. Con relación a la innovación en tecnología, asistiremos a una expansión ulterior de las herramientas digitales, algunas más conocidas, como las aplicaciones móviles, y otras que parecen más futuristas, como la realidad virtual, que pueden tener un valor añadido en las personas de edad que viven en la comunidad y que pasan en soledad gran parte de su tiempo. Estas herramientas pueden ayudar al "continuum asistencial". Pueden ser elementos que favorezcan la actividad física, una alimentación más saludable, pueden conseguir que se sientan más conectadas o que no tengan que ir hasta su centro de salud de forma periódica. Es necesario, no obstante, seguir algunas pautas para poder desarrollarlas y evaluarlas :

  • Las herramientas han de ser fruto de la interacción entre diferentes agentes, sobre todo de las personas usuarias y sus cuidadores, los profesionales que poseen el conocimiento, las empresas y las administraciones.
  • Hay que identificar cuáles son los determinantes que hacen que una persona recurra a la tecnología para cuidar de su salud y qué personas no lo harán nunca. 
  • Hay que diseñar estudios metodológicamente robustos y generar evidencia sobre qué herramientas son efectivas y cuáles no son suficientemente seguras.

Por todo ello, y para  poder implementar estrategias efectivas, necesitamos más investigación con datos específicos del territorio, de Cataluña en nuestro caso, y procesos de innovación bien conducidos. 

Tal y como ya había señalado desde esta página el “café para todos” no es una buena receta y actualmente estamos poniendo a todas las personas de más de 65 años en el mismo saco, lo que significa que consideramos que el 19% de la población de Cataluña es homogénea. Y, evidentemente, no lo es.

2 comentarios:

  1. La actual pandemia nos permite ver un mar de deficiencias en nuestro sistema de salud, como también nos ha abierto las puertas a herramientas que teniamos relegadas por diversos motivos. Debemos avanzar para reducir la brecha tecnológica, seguro, pero las tecnologias han de ayudar a hacercarnos al paciente y a los problemas de salud, a su comprensión, no han de ser una barrera en la atención a las personas. Para llegar al paciente los profesionales ahora tenemos más herramientas. Sabremos aplicarlas? o seremos víctimas de la comodidad en que se puede convertir una televisita. El objetivo no es más visitas en menos tiempo.

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