miércoles, 3 de octubre de 2018

La adicción social a la biometría








Los espejos son superficies pulidas que reflejan la imagen que se proyecta en ellos. Es una tecnología que ya conocían los antiguos egipcios y griegos y que ha evolucionado con el tiempo. Hoy la mayoría de la población lleva un espejo en bolsillo que además permite inmortalizar las imágenes que llegan a él en forma de autofoto. Por otra parte, los modernos espejos reflejan múltiples variables e informaciones de su dueño. Miden sus pasos y la distancia que recorre, su patrón de actividad, sus desplazamientos, su nivel de comunicación. Pueden medir el ritmo sueño/vigilia y dar un informe sobre la calidad del sueño y, si les conectamos algún adminículo específico, llegan a medir la tensión arterial, el azúcar en sangre y hasta efectuar un electrocardiograma. 


A la gente le encanta saber qué peso tiene, qué tensión, qué parámetros bioquímicos y analíticos. Nos encantan los chequeos, las pruebas de imagen médica y todo aquello que proporcione información de nosotros mismos. Somos una especie curiosa. Por eso la biometría ha sido siempre un gran negocio. Las compañías tecnológicas lo saben. Por poner un ejemplo, los nuevos relojes inteligentes de Apple permiten efectuar un electrocardiograma reducido de una derivación sin mayor problema. Es una tecnología que ya existía, de muy fácil manejo. He probado hace años la aplicación de AliveCor y, efectivamente, con dos electrodos conectados por Bluetooth al móvil consigue hacer una tira en la derivación II capaz de detectar ritmo sinusal o una fibrilación auricular. No sé decir si el reloj de marras detectará ondas P o tan solo hará un análisis de QRS pero lo que sí puedo adelantar es que habrá una legión de gente hiperpreocupada por las supuestas irregularidades que, con el tiempo, les vayan informando sus aparatos de registro.

Proporcionar aparatos de diagnóstico a la población suele redundar en cierto nivel de sobreuso. Los hipocondriacos y los que más se preocupan por su salud no podrán evitar usarlos de manera intensiva. Y, en mi experiencia, esto suele terminar agobiando a quien lo hace. Hay que recordar que igual que para ser capaz de prescribir e indicar un determinado tratamiento hace falta largos años de preparación y experiencia, lo mismo ocurre con la indicación de pruebas diagnósticas. Tomarse la tensión de vez en cuando no hace daño a nadie, pero hacerlo varias veces al día, todos los días, estando sano, es una barbaridad. 

Hace falta mucha educación en salud. Facilitar el acceso a pruebas diagnósticas puede tener efectos secundarios. Se llaman falsos positivos y preocupación excesiva por la propia salud. Los profesionales sanitarios sabemos que ambas cosas son peligrosas y producen sufrimiento. En una sociedad de mercado donde el beneficio económico es el rey será difícil explicar que más no es siempre mejor en el mundo de la salud donde las cosas son a menudo más complejas de lo que parecen.




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