viernes, 22 de octubre de 2021

Cambiar el comportamiento para minimizar el cambio climático

Pedro Rey
Comportamiento saludable



Por primera vez en la historia, un grupo de doscientas revistas internacionales de medicina y salud pública, que incluye a las principales del sector como The Lancet y The New England Journal of Medicine, se ha coordinado para publicar, el 7 de septiembre pasado, un editorial conjunto pidiendo a los gobiernos que cooperen e inviertan de forma urgente en la crisis medioambiental, de la misma forma en que lo han hecho en la pandemia de coronavirus, debido a las consecuencias que el cambio climático produce en la salud. Afirman que “una subida de 1,5 grados Celsius en las temperaturas globales supone la mayor amenaza actual a la salud pública”, más aún cuando “el mundo va camino de calentarse alrededor de 3 grados Celsius por encima de los niveles anteriores a la industrialización en el año 2100, acompañándose de una continua pérdida de biodiversidad”. Todo ello provocará un “daño catastrófico a la salud mundial que será imposible revertir”. Entre las consecuencias directas de la subida de las temperaturas citan enfermedades cardiovasculares y complicaciones en los embarazos, mientras que entre las indirectas mencionan la pérdida de fertilidad de la Tierra y la destrucción de hábitats que incrementarán la malnutrición y aumentarán el riesgo de futuras pandemias.

De forma similar, la semana pasada, The British Medical Journal publicó una serie de artículos, análisis y editoriales relacionados con el cambio climático, mientras que The Lancet ha lanzado una iniciativa de “cuenta atrás para el cambio climático”. También la Academy of Medical Sciences ha publicado un informe sobre cambio climático y salud, ligando de forma contundente ambos problemas.

Esta toma de conciencia sobre la urgencia de adoptar medidas por parte de la comunidad médica se une a las últimas llamadas internacionales, tanto desde la Asamblea General de las Naciones Unidas como las que se realizarán próximamente en la Conferencia Mundial sobre Diversidad de Kunming (China) y en la Conferencia sobre Cambio Climático de las Naciones Unidas de Glasgow (COP26, Reino Unido). Todos estos movimientos instan a superar las declaraciones de buenas intenciones y los compromisos incumplidos y a pasar a la acción urgente basada en cambios de comportamiento, tanto de carácter individual como de sistema económico y de producción.

Tal como hemos señalado los economistas del comportamiento, cambiar los hábitos, y más a escala planetaria, no es una tarea sencilla. Más aún cuando los comportamientos que hay que modificar son mantenidos y reforzados por las condiciones físicas, económicas y sociales en las que ocurren, como sucede, por ejemplo, con los hábitos alimentarios y de viaje, que contribuyen en un 26% y un 12%, respectivamente, a la emisión de gases de efecto invernadero. Para reducir sus efectos serán necesarias múltiples intervenciones que deberán tener en cuenta la complejidad psicológica de los seres humanos y su dificultad para aceptar el cambio.

Al igual que indicamos cuando hablamos de cómo convencer a la población para que se vacunara contra la COVID-19, la mera información no es suficiente para generar un cambio de hábitos. Por ejemplo, el editorial de BMJ indica que tan solo el 20% de la muestra de un amplia encuesta internacional sabe que comer una dieta menos basada en el consumo animal o que dejar de conducir coches de gasolina son dos de las acciones más efectivas para lograr un efecto neto cero de emisiones contaminantes. Además, aunque se consiguiera informar correctamente al público, el efecto más directo se conseguiría con el aumento del apoyo a las políticas de emisiones cero, sin afectar quizá directamente a la propia dieta o la forma de viajar. Múltiples campañas informativas sobre los efectos beneficiosos de comer fruta y verdura en la salud han logrado aumentar el conocimiento sobre qué alimentos son los más saludables, pero raramente han tenido éxito por lo que respecta a cambiar los hábitos de consumo. De forma similar, el BMJ cita que entre los científicos que estudian problemas medioambientales, la huella medioambiental no es menor que entre la población con menos conocimientos en este campo.

Las intervenciones con mayor potencial para cambiar las rutinas deben realizarse a gran escala e implicar cambios en los sistemas que determinan y mantienen nuestro comportamiento. Se trata de cambios estructurales diseñados para facilitar el comportamiento sostenible y, al mismo tiempo, dificultar el comportamiento no sostenible. Cambios que intenten relajar las exigencias presupuestarias y las demandas cognitivas a la población y que traten de conseguir que el cambio de comportamiento sea natural, sencillo, poco costoso y casi imperceptible en el día a día. Por ejemplo, un estudio publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences muestra que aumentar del 25 al 50% el número de alimentos saludables disponibles en las cafeterías del Reino Unido aumenta la elección de los mismos del 24% al 39%. De forma similar, otro estudio muestra que la construcción de carriles bici en Vancouver aumentó un 250% los viajes en bicicleta, en detrimento del coche, entre quienes vivían a una distancia razonable de sus lugares de trabajo. 

Una ventaja adicional de estos cambios sistemáticos es que no solo pueden ser más efectivos, sino que además son más justos y equitativos. A escala global, el 10% más rico de la población consume 20 veces más energía que el 10% más pobre. Intentar inducir un cambio de comportamiento únicamente a través del precio de la energía, como se está intentando en los últimos meses con el aumento de la tarifa eléctrica, puede no ser tan efectivo como se espera (debido a la baja elasticidad de la demanda de energía) y suponer además una carga desproporcionada para los más pobres, por lo que sería necesario combinarlo con un paquete de medidas compensatorias que los proteja.

Una buena (¡y breve!) guía para empezar a pensar en medidas efectivas y equitativas para modificar el comportamiento puede ser el recientemente publicado libro de Kathy Milkman, Cómo cambiar. Esta investigadora de la Universidad de Pensilvania, que ha ganado notoriedad por sus trabajos sobre cómo motivar a la población a vacunarse, ofrece una serie de consejos basados en experimentos de campo sobre impulsividad, pereza, olvido, procrastinación, confianza o comportamiento de rebaño que deberían inspirar no solo los intentos de cambiar comportamientos individuales por otros más sostenibles, sino también inspirar el diseño de políticas públicas que superen los problemas de falta de compromiso, incentivos, externalidades y bienes públicos que lastran la lucha contra el cambio climático una vez hemos superado la fase de toma de conciencia y ha llegado el momento de actuar.

2 comentarios:

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  2. Es lamentable que la información objetiva por sí sola no sea suficiente para cambiar comportamientos, como debería ser para el pensamiento racional, y que haya que implementar políticas favorecedoras del cambio y modificaciones estructurales para que la gente haga simplemente lo que es razonable en virtud de la evidencia. Una actitud que tiende a mantener comportamientos irracionales “de rebaño”. El auténtico cambio debería derivar de una toma de conciencia responsable ante las situaciones. Pero ello implica una educación distinta de la que tenemos, que promueva el pensamiento racional, libre e independiente. Algo que está muy lejos de los intereses políticos.

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