Desde la época de las antiguas civilizaciones de Asiria y Babilonia, nos referimos a una persona como lunática cuando sufre “locura” o cuando se comporta como si la sufriera. Entonces, muy a menudo, se atribuía la causa a los ciclos de la luna, de donde proviene el nombre.
Necesitamos desde siempre dar explicación a los fenómenos de nuestro alrededor, y sobre todo a aquellos que nos generan incertidumbre, miedo o que ponen en riesgo a la persona o a su entorno. Así ha sucedido con el diagnóstico psiquiátrico y con los intentos de sistematizar una clasificación que los englobe a todos. De aquí parte el mismo peligro de saturarnos de palabras, comprobaciones y juicios diagnósticos que pueden sobredimensionar nuestra propia realidad hasta convertirla en patológica.
Otorgar nombres a los trastornos mentales y definir sus posibles causas nos da una sensación de seguridad y control sobre aquello que en principio desconocemos. Incluso en aquellos remotos tiempos y a pesar de lo exiguo sus métodos, también conseguían resultados en salud si quien los aplicaba estaba imbuido en la figura del sanador.
Tal vez se referían, a falta de un término mejor, a enfermedades que cursan por ciclos o períodos, como el trastorno bipolar, ya que estudios posteriores no han podido relacionar de forma directa la concordancia entre los ciclos lunares y la presentación o curso de ningún proceso psicopatológico.
Si hasta el momento no se ha demostrado la relación con fenómenos astronómicos como el ciclo lunar, ¿hasta qué punto nuestra salud mental es influenciable por los cambios climáticos que suceden actualmente en nuestro entorno?
Durante los últimos cincuenta años, la actividad humana, en particular el consumo de combustibles fósiles, ha liberado cantidades de CO2 y de otros gases de efecto invernadero suficientes para retener más calor en las capas inferiores de la atmósfera y alterar el clima mundial.
Aunque el calentamiento global debido al cambio climático puede tener algunos efectos beneficiosos localizados, como una menor mortalidad en invierno en las regiones templadas y un aumento de la producción de alimentos en determinadas zonas, los efectos globales para la salud del cambio climático serán probablemente muy negativos.
Aquí debemos separar los efectos tanto a corto plazo como a largo plazo. El cambio climático está aumentando el riesgo de desastres naturales como inundaciones y huracanes en todo el mundo. En Europa, cada año 1,6 millones de personas corren el riesgo de sufrir una inundacióno. De hecho, las estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que las inundaciones en Europa han afectado a 3,4 millones de personas en los últimos diez años.
A corto plazo, las zonas afectadas por un desastre natural precisan de largos períodos de recuperación, principalmente debido a daños materiales significativos. De hecho, los trabajos asociados con la limpieza, la reconstrucción y la renovación de las infraestructuras y las viviendas son muy costosos; de la misma forma, las áreas afectadas también pueden sufrir por la disminución de los ingresos del turismo y por el descenso del precio de la vivienda.
Las personas que han sufrido un desastre natural pueden recuperarse con el apoyo tanto institucional (sistema sanitario y servicios sociales) como de su entorno directo, como familiares y amigos. Sin embargo, una proporción significativa de esas personas pueden sufrir problemas de salud física y mental a largo plazo que afecten profundamente a su calidad de vida. Entre las patologías que pueden aparecer o exacerbarse están las relacionadas con el sufrimiento de la población, como el aumento en el abuso de sustancias. De igual manera se ha observado un aumento de comportamientos agresivos en el período posterior.
Las personas que han sido afectadas por un desastre natural pueden experimentar factores estresantes a largo plazo y un miedo intenso a que se repita la misma circunstancia excepcional. La recuperación después de una catástrofe implica la adaptación a las nuevas circunstancias sociales. Como siempre sucede, los efectos en la salud serán más graves en las personas mayores y las personas con patologías previas.
Conscientes de esta realidad, la American Psychological Association ha publicado una completa guía sobre el impacto del cambio climático sobre la salud mental, sus implicaciones y las orientaciones hacia el futuro.
El estrés se manifiesta como un sentimiento subjetivo y una respuesta fisiológica que ocurre cuando una persona siente que no tiene la capacidad de responder y adaptarse a una situación dada. En este caso, las consecuencias del cambio climático supondrán un estrés adicional a los que ya tenemos por nuestro actual estilo de vida, y repercutirán especialmente en aquellas personas que en ese momento presenten dificultades para afrontar esta situación excepcional.
Más concretamente, y hablando de datos asistenciales, hay evidencia de que el aumento de la temperatura media se asocia con un aumento del uso de los servicios de urgencia por problemas de salud mental. Esto se ha demostrado no solo en los países cálidos como Israel y Australia, y en partes de Estados Unidos, sino también en climas relativamente más frescos como en Francia y Canadá, lo que puede exigir en el futuro una reordenación en la atención a esos problemas de salud.
Se convierte en una obligación de todos proporcionar y difundir información sobre las amenazas que plantea el cambio climático para la salud humana y las oportunidades de fomentar nuestra propia salud reduciendo las emisiones de carbono. Y de igual manera debemos cuidar la cohesión y el capital social por si esos fenómenos terminan por suceder. Estos determinantes nos pueden proteger contra los impactos en la salud mental y física durante un desastre natural relacionado con el cambio climático. Independientemente del punto de partida socioeconómico o cultural, las comunidades con altos niveles de capital social y con liderazgo comunitario se han podido recuperar de forma más rápida y satisfactoria de una catástrofe de este tipo.
Entre todos podemos construir comunidades resilientes, con una estructura física y social que nos haga menos vulnerables frente a los efectos negativos del cambio climático.
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