Nota de los editores. Este post fue publicado por Pedro Rey el pasado jueves en el blog "Nada es Gratis" y es una versión de un informe más extenso sobre economía y coronavirus publicado por ESADE EcPol. Queremos expresar nuestro agradecimiento al autor por su predisposición a compartir con nosotros este artículo como inicio de nuestro "especial emergencia Covid-19".
Creador: Nuthawut Somsuk
Contribución: Getty Images/iStockphoto
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- Los resultados son inciertos. A día de hoy desconocemos, por ejemplo, muchos aspectos del origen y de la evolución de la epidemia, la efectividad de las medidas de contención implementadas, la posibilidad de que exista una vacuna en un futuro cercano o cómo nuestro comportamiento individual (y colectivo) afecta realmente a la probabilidad de contagio. Ante la existencia de incertidumbre, la heterogeneidad en la actitud individual ante el riesgo dificulta el que nos coordinemos en las mejores medidas preventivas, el que sigamos las recomendaciones de las autoridades y favorece el que entremos en pánico, colapsando sin necesidad los centros médicos y desabasteciendo de recursos sanitarios a los que realmente los necesitan. Un problema adicional, que ya señalé en este post, es nuestra limitada capacidad cognitiva para comprender las probabilidades de eventos inciertos, más aún si se trata de eventos de probabilidad muy baja, lo que complica enormemente el proceso de informar de una manera no sólo precisa, sino también comprensible, sobre los riesgos a los que nos enfrentamos.
- Nos importa más el presente que el futuro. Al igual que otros comportamientos saludables difíciles de conseguir, como el hacer dieta o empezar a hacer ejercicio, una de las mayores dificultades para incentivar el comportamiento preventivo de la población ante una epidemia, se encuentra en que el coste de la prevención (aumentar la higiene, evitar acudir a eventos multitudinarios, hacer cuarentena ante la sospecha de infección, no colapsar urgencias por síntomas breves, no malgastar las mascarillas disponibles y necesarias para enfermos y profesionales sanitarios) lo pagamos ahora, mientras que los posibles (inciertos) beneficios sólo los “disfrutamos” en el futuro... con el peligro adicional de que los síntomas por infección no se manifiestan hasta tiempo después de haber tenido un comportamiento contraproducente.
- No internalizamos los beneficios de nuestro comportamiento sobre los demás. El comportamiento preventivo ante una epidemia tiene un componente de bien público importante: el coste individual de tomar medidas preventivas (como declarar el haber estado en una zona de riesgo, cancelar un evento o no desabastecer los supermercados con compras exageradas) es superior para nosotros que el beneficio que obtenemos de ello. Cuando cada individuo no tiene incentivos individuales a comportarse de forma que favorezca al colectivo, la extensión de la epidemia nos perjudica a todos. Lograr incorporar la responsabilidad individual para frenar la expansión de una enfermedad colectiva es uno de los mayores retos a los que nos enfrentamos estos días. De forma similar, debemos potenciar y resaltar los comportamientos solidarios (estudiantes sin clase ofreciéndose a cuidar de ancianos y niños, profesionales médicos no aprovechando las tensiones de estos días para reivindicar condiciones laborales, sino arrimando el hombro...), frente a otros menos saludables (saqueos en supermercados, robos de mascarillas...) puesto que tendemos a imitar el comportamiento de los demás.
Ante un problema cuya evolución depende en gran medida de nuestro comportamiento, me permito recordar algunas enseñanzas provenientes de Behavioral Economics, que espero sean útiles, no sólo para que todos mantengamos la calma y actuemos de forma responsable y racional, sino también para quienes tienen que tomar difíciles decisiones políticas en estos días, o deben informar sobre las mismas.
Informar de manera que se estimulen comportamientos preventivos sin causar la contraproducente alarma social es especialmente complicado. Aún más si la información sobre la extensión de la epidemia va cambiando y, por ello, las medidas tomadas hace unos días parecen insuficientes/exageradas dada la situación actual. No estamos especialmente bien equipados para adaptarnos psicológicamente a la información que cambia rápidamente y, por tanto, es importante ser conscientes de que vamos a tener que hacerlo.
Mientras que los científicos, y especialmente las profesiones sanitarias, se encuentran entre las que generan mayor confianza entre los ciudadanos, los políticos ocupan las últimas posiciones en índices de confianza. Por eso es importante centralizar la información epidemiológica y hasta cierto punto las decisiones, en autoridades sanitarias, cuyo principal interés sea la salud pública.
Aunque es inevitable que el debate en los próximos meses se va a centrar en el virus, deberíamos evitar la confrontación política interesada en estos temas y buscar la mayor coordinación posible entre instituciones. Lo ideal sería que quienes tienen responsabilidad de gestionar la crisis no aprovecharan la situación para sacar pecho, ni quienes están en la oposición para ganar puntos sobre una mala gestión. Ni políticos bañándose en Palomares y manteniendo actos masivos de los que se pueda sospechar que pueden sacar políticamente crédito ni responsabilizar al decisor por “habernos permitido hacer un acto multitudinario”, parecen las mejores formas de crear confianza.
De forma similar, los medios de comunicación tienen la responsabilidad de transmitir información realista sin aprovechar el filón sensacionalista que les puede llevar a captar la atención. Hablar constantemente de un tema activa nuestro sesgo por lo inmediato (availability bias) y por dar mayor importancia a lo candente (over-representation bias). Nuestro sesgo a centrarnos en lo inmediato es especialmente sensible a la cantidad y a la orientación de la información que recibimos. Por ello, centrar la atención en las cifras de afectados y muertos, como si fuera un marcador deportivo cafre, en lugar de medidas preventivas, no parece lo más estimulante.
Cada uno de nosotros somos también responsables de no crear mayor pánico o expandir información errónea, especialmente con el grado actual de conectividad que permiten las redes sociales. Aunque el sentido del humor es una de las pocas alegrías de estos días, separemos bien el reenvío de información contrastada de otro tipo de mensajes que se entiendan que son puramente humorísticos. Filtrar adecuadamente bulos y no contribuir a expandir el pánico es importante.
Los seres humanos tendemos a centrar la atención en una única característica, por ejemplo el origen de procedencia, y extrapolamos esa única característica a todos los que la comparten. Esto está llevando a comportamientos racistas hacia grupos concretos (asiáticos en general, italianos), que, si bien nunca están justificados, son especialmente absurdos por no entender como actualizar nuestras creencias sobre la probabilidad de contagio basadas en datos objetivos. Evitar establecimientos simplemente por estar regentados por gente de uno u otro país, o hacer el vacío en el colegio a niños de ciertos países, va a dar estos días la medida de hasta qué punto nuestros prejuicios están basados en información que no sabemos, o no queremos, manejar con precisión.
Una dificultad adicional para trasmitir información adecuada y tomar buenas decisiones son nuestras limitaciones para actuar de forma correcta cuando entramos en pánico. Por ello, es especialmente importante que los mensajes que se trasmitan sean deliberadamente sencillos, por ejemplo usando gráficos mejor que cifras y que, a su vez, nos den una pauta de comportamiento clara. Ante el stress, los seres humanos necesitamos “hacer algo” para recuperar la sensación de que controlamos la situación. Esto explica en parte las compras masivas, que, si bien nos calman momentáneamente, pueden contribuir colectivamente a crear desabastecimientos ridículos (aunque parece que, a pesar de lo que se observa puntualmente en algunos supermercados, las cadenas de suministro están aseguradas).
No parece haber dudas ya sobre las importantes repercusiones económicas que van a tener las medidas de contención de la epidemia. Sin embargo, podemos contribuir a que no sean aún mayores. Muchos de nuestros cambios en el consumo en estos días provienen de hacer una reflexión consciente sobre si debemos o no realizarlo. Al concentrarnos en una decisión, en lugar de hacerla de forma semiautomática, valoramos en mayor medida las pérdidas que las ganancias (loss aversion bias), lo que puede llevar a agravar la crisis que viene.
El objetivo de este post es contribuir a normalizar nuestras reacciones psicológicas en estos días de incertidumbre, de forma que entendiendo su procedencia, no contribuyamos a exacerbar el problema. La transmisión correcta de la información, la confianza en instituciones que antepongan la salud pública a otros intereses, y ser conscientes de nuestros propios sesgos y de la importancia de nuestra responsabilidad individual con cómo nos comportamos, pueden ser medidas de choque para que salgamos de ésta lo mejor posible.
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