Ver la provisión de servicios desde el lado positivo, el de la promoción y la prevención, es estimulante, aunque, como toda acción sanitaria, puede tener algún efecto adverso, no por los contenidos del programa, que son muy ponderados, sino por el deslumbramiento que la tan valorada accesibilidad a los servicios pediátricos puede generar en algunos padres. En este sentido, los datos de la Central de Resultados en Cataluña (AQuAS) ofrecen signos de medicalización excesiva. Si partimos de la base que el seguimiento estricto del "programa del niño sano" debería comportar siete visitas al pediatra el primer año y dos el segundo, en un vistazo al informe de la Central de Resultados (datos 2015), se observa que un 23,3% de los niños menores de 2 años han ido al pediatra de atención primaria más de 20 veces al año. Se podría pensar que esta cifra estaría justificada porque hay niños que sufren procesos clínicos que merecen atención especial, pero la variabilidad observada en la serie estadística es tan grande, que se intuye que el uso que se hace de los servicios pediátricos de atención primaria es discrecional, y en muchos territorios claramente excesivo.
Véase en la gráfica la comparación de la frecuentación al pediatra de atención primaria entre poblaciones catalanas similares. Nótese que hay territorios en los que la mitad o más de los niños acuden al pediatra más de 20 veces al año y en uno de ellos la proporción llega al 69,8%.
Más allá de la frecuentación, no disponemos de datos de uso de pruebas y tratamientos, pero "Diana Salud", el buscador de fuentes "right care", nos muestra la existencia de 363 recomendaciones del ámbito pediátrico. Estos consejos sobre prácticas de bajo valor que convendría que los niños no recibieran, llegan procedentes de agencias de calidad (NICE, AQuAS), de sociedades científicas (Choosing Wisely) o de líneas editoriales (BMJ, JAMA), y tienen por objetivo templar los excesos de la medicalización de los niños, especialmente en lo referente al consumo de antibióticos, psicoestimulantes, antipsicóticos, antidepresivos y ortopedia, pero también para reducir intervenciones quirúrgicas como adenoidectomías, amigdalectomías y timpanoplastias, con una especial atención al intento de frenar el incremento impresionante de las pruebas de imagen.
Dos pediatras norteamericanos, Shawn L. Ralston (Darmouth) y Alan R. Schroeder (Stanford) a "Why it is so hard to talk about overuse in Pediatrics and why it matters?" avisan, refiriéndose a los EEUU, que la excesiva dependencia de niños y padres de los servicios de los pediatras es un sustrato para el sobrediagnóstico, especialmente en el seguimiento, a menudo demasiado exigente, del desarrollo de los niños y en la medicalización inadecuada de los trastornos no patológicos del comportamiento. No en vano, "US Preventive Services Task Force (USPSTF)" (un organismo independiente muy activo en la diseminación de la evidencia científica en el ámbito de la salud pública), recuerda que la mayoría de estas prácticas pediátricas no están sustentadas por la evidencia científica.
La obesidad infantil, una epidemia en crecimiento especialmente en EEUU, pero no sólo en EEUU, se puede beneficiar, y mucho, de la prevención y la promoción de la salud si se actúa en el entorno familiar y social más inmediato de los niños de riesgo. Lejos de ello, American Academy of Pediatrics recomienda hacer estudio de lípidos en sangre a todos los niños de 9 años, sin discriminación de riesgo, una acción que USPSTF valora con evidencia insuficiente.
A ver si yendo a la búsqueda de una generación de niños saludables estaremos creando, por exceso de anhelo, unos adultos aún más dependientes del sistema sanitario que los de ahora.
Jordi Varela
Editor
Debiéramos comenzar por enseñar «sentido común» (el menos común de los sentidos) a los padres...Y eso se hace desde las escuelas.
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