Escribo (reescribo según las noticias que cambian día a día) mientras la primera página periodística muestra a la nonagenaria vacunada contra la covid en el Reino Unido con una vacuna no valorada oficialmente todavía por la FDA o la EMA. Tuerzo el gesto, como científico y como ciudadano, mientras todos los políticos y los representantes de salud pública dan un mensaje acrítico sobre la necesidad de vacunarnos y, al mismo tiempo, alaban un producto sobre el que no se ha publicado (hasta ahora) ningún análisis independiente.
Estamos viviendo un año durísimo ante una pandemia durante la cual la población, los políticos y los sanitarios cerraron filas en el primer semestre. Pero en estos momentos, con decenas de miles de muertos, centenares de miles de infectados y también con un paro creciente, negocios cerrados y futuros inciertos, gran parte de la población se desazona y plantea dudas. La corrección política de la que hace gala buena parte de la prensa, repitiendo los mensajes institucionales, no solo resulta inútil para frenar a los negacionistas sino que facilita el rechazo global de las declaraciones políticas.
El mismo año en que Netflix y HBO se convierten en peligrosos monopolios, varios autores se han enfrentado a la corrección política y la han desmentido en grandes obras: Joe Begos vinculando drogas y genialidad artística en Bliss, Nadav Lapid poniendo en solfa la identidad nacional en Synonymes, Alejandro Landes tumbando los criterios jerárquicos militares en Monos, Brandon Cronenberg discutiendo la figura del héroe en Possessor o, por último, Miranda July describiendo un insólito núcleo familiar en Kajillionaire (Cómo sobrevivir en un mundo material). En la misma línea, en un contexto donde se ha antepuesto la defensa de la salud a las consecuencias económicas y donde no hemos desarrollado un análisis riguroso de los efectos sociales y emocionales de cierres y confinamientos, los científicos tendríamos que ser extremadamente rigurosos al hacer análisis de la información disponible y dar mensajes que respondan a datos más que a opiniones.
Hay que reivindicar evidencias y plantear dudas científicas en los distintos mensajes que recibimos y que damos, en cuanto a estrategias de cribado, pruebas diagnósticas y, ahora también, en cuanto a la seguridad y eficiencia de las vacunas. No nos corresponde simplemente mantener una corrección política y ser transmisores de mensajes (hasta ahora provenientes de partes interesadas financieramente) sin filtro ni criterio propio. Excelentes series como Utopía (la versión inglesa de 2014, ahora en remake EE. UU. en Amazon) planteaban que la vacunación masiva ante una falsa pandemia obedecía a una estrategia de esterilización mundial y control de población, un argumento tan entretenido como asumido por los antivacunas.
Despreciar las ideas de los negacionistas ignorando los antecedentes de mala praxis o desinformación que se han dado en la prensa científica (entre los más recientes, la confusión sobre la hidroxicloroquina) tan solo debilita nuestra posición como científicos. La corrección política nos permitirá seguir la corriente, pero solo la duda nos permite avanzar.
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