viernes, 2 de junio de 2017

Las anclas del conocimiento









Una de las premisas básicas en la formación continuada en general, y que es aplicable a la del colectivo médico, es que no nos formamos en lo que nos hace falta, sino en lo que nos gusta. Por otro lado, el proceso de aprendizaje en el ámbito profesional tiene un componente muy complejo, que implica un gran reto: el desaprendizaje. En general, el aprendizaje se produce sobre un lienzo más o menos en blanco cuando se trata de adquirir conceptos nuevos. Pero como decía, cuando un profesional se forma lo hace a costa de desterrar conceptos, hábitos o técnicas que había asumido como válidos y que había aplicado a sus pacientes o defendido en foros profesionales.

Pero la realidad es que los avances técnicos y científicos nos van cambiando dicha realidad. El nuevo conocimiento no necesariamente implica cambios inmediatos en la práctica clínica. A menudo son solo el inicio de una línea de investigación y, tal como se detalla en este blog, no exento de sesgos de todo tipo que condicionan no solo la replicabilidad de resultados, sino que pueden conducir a cambios en la práctica clínica no bien fundamentados, como han sido algunos programas de cribado poblacional.

De todas maneras, aun habiendo nuevo conocimiento disponible para su aplicación y que puede aportar valor, hay un tiempo de latencia hasta que se instaura. De hecho, ese conocimiento puede no ser tan nuevo y estar igual de disponible y no aplicarse por inercia de otros hábitos previos de los que no nos desprendemos.

En el post anterior sobre la formación de los médicos y los valores, hacía una descripción del entorno en que se forman los médicos en proceso de formación especializada. Hacía hincapié en los aspectos de socialización del MIR y del contexto complejo, y las consecuencias que tiene ese entorno para la formación del profesional del futuro. 

A propósito de la socialización y la perpetuación de hábitos, la periodista Elisabeth Kalbert publicaba en febrero un muy interesante artículo en The New Yorker, "Why Facts Don’t Change Our Minds" (Por qué los hechos no cambian nuestra mente). El artículo es reactivo a las declaraciones de la administración sobre su “derecho a discrepar de los hechos” como lo hizo en el tema de las vacunas. Intentaré, sin respetar del todo el orden ni la extensión del artículo, resaltar algunos conceptos que considero relevantes. Kalbert cita, entre otras, la aportación de dos investigadores de las ciencias cognitivas (Hugo Mercier y Dan Sperber) en el libro The Enigma of Reason (El enigma de la razón), en que defienden la tesis de que la razón es una adaptación del ser humano al nicho hipersocializado en que se ha desarrollado. La razón no es, en sus palabras, una herramienta para el individuo, sino un elemento cohesionador que permite una coherencia dentro del colectivo. Dicho de otra manera, la razón surge como elemento adaptativo que permite el comportamiento cooperativo-colaborativo frente al individualista, regido por la impulsividad emocional, como ya se comentó en el post "Decidir en tiempos revueltos". Como consecuencia, aparece un nuevo concepto, que denominan "el sesgo de confirmación", o también como prefieren llamarlo sus autores "sesgo de mi bando" (myside bias), que explicaría la resistencia a aceptar hipótesis generadas fuera del grupo. En el artículo, Kalbert se apoya para su argumento en otros trabajos basados en diferentes experimentos, realizados en su mayoría en la Universidad de Stanford, en que demuestran lo difícil que le resulta al ser humano cambiar una idea preconcebida que se le ha asignado, por ejemplo, tener (de forma falsa y manipulada por los investigadores) la habilidad de identificar un patrón y, por tanto, incluso habiéndole explicado la arbitrariedad de la habilidad que se le atribuyó, actuará, a partir de ese momento, como si poseyera dicha habilidad, pese a haber explicitado que no la tiene en comparación con la media.

Los complejos mecanismos del individuo y del colectivo que desde las ciencias cognitivas nos detallan son un elemento de complejidad intrínseca que nos puede dejar atascados en la autocomplacencia racional de pertenecer al grupo en posesión de la verdad e impedir que tanto los nuevos aprendizajes, el desaprendizaje que implica y los cambios de hábitos en la práctica clínica de aquellos que no aportan valor a aquellos que sí lo hacen. Se hace necesario, además de conocer mecanismos que venzan dichas situaciones, aplicar las estrategias que bien describe Jordi Varela en un post de justo hace un año sobre la falibilidad de los científicos. Concretamente, es muy acertada la propuesta de invitar a los rivales a opinar para evitar el autoengaño en que puede estar sumido el grupo. Y es que, tal como señalan Mercier y Sperber, los humanos no somos crédulos al azar. Confrontados a los argumentos de otros, tendemos a fijarnos en sus puntos flacos y, de manera invariable, somos ciegos con nuestros propios argumentos.

Por otro lado, la capacidad de cooperar en el grupo que nos confiere la razón nos aboca a la fragmentación compartida del conocimiento. Kolbert nos presenta para hablar de ello a Steve Sloman y Philip Fernbach, también investigadores de las ciencias cognitivas y autores de The Knowledge Illusion: Why we never think alone (La ilusión del conocimiento: por qué nunca pensamos solos). La tesis, de manera resumida, es que el hecho de saber utilizar herramientas cotidianas no nos confiere un conocimiento profundo sobre su mecanismo de acción, pero tenemos falsamente esa percepción. Sloman y Fernbach afirman que colaboramos tan bien que no distinguimos dónde acaba nuestro conocimiento y dónde empieza el de los demás. En sus experimentos, descubrieron que precisamente un conocimiento parcial para opinar sobre temas complejos (como pueden ser los sistemas de pago de impuestos o debates sobre los incentivos a docentes, que generaban posturas que se defendían con cierta vehemencia al inicio del experimento), tras pedir a los sujetos que argumentaran sus respuestas, disminuían claramente las posturas extremas de estos mismos individuos sobre los temas planteados. 

Esto me lleva a plantear que las posiciones o apriorismos que tenemos sobre cambios en el sistema sanitario sobre el que individualmente tenemos conocimientos fraccionados, nos generan respuestas, a menudo vehementes, que son otro motivo que frena propuestas que en el futuro serán necesarias para seguir adaptando nuestras organizaciones para atender los retos sociodemográficos.

Los profesionales tenemos que vencer el ancla que nos mantiene estáticos, tanto por mecanismos individuales como colectivos, ante los cambios que debemos introducir tanto en nuestra práctica diaria como en el sistema para no seguir en un pasado, que por mucho que le aportemos volumen de recursos, no nos conduce a resolver las necesidades de nuestra población actual ni futura.

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