En esta columna intento comentar obras de alta calidad cinematográfica que, a su vez, puedan vincularse a temas de nuestro interés. Pero no siempre es posible alcanzar ambos objetivos. Hipócrates (Hipoccrate, 2015) del director y médico Thomas Lilti es un ejemplo de ello. Hipócrates revisa de manera simple y simplista la trayectoria de un residente de primer año que comienza la rotación en el servicio de medicina interna dirigido por su padre, donde conocerá a Abdel, un médico argelino que rota para conseguir la convalidación del título.
Pero Hipócrates es también el descubrimiento de la realidad. Si bien es bastante torpe en la presentación de los efectos de la crisis (el hospital está en muy mal estado, no hay mucho orden entre los profesionales, carece de material de forma escandalosa), pero al desarrollar una narración, si que es lúcida al mostrar cómo el cuerpo médico reacciona ante los errores. Por un lado, para encubrir un incumplimiento de protocolo que lleva a la muerte de un paciente (la falta de electrocardiógrafo funcionando en planta no permite diagnosticar un infarto), protegiendo al protagonista que se acuesta en lugar de reclamar el aparato. Por otro, a la inversa, sacrificando un profesional que ha hecho un acto correcto pero que se ha enfrentado a un jefe de servicio, interrumpiendo una injustificada reanimación de una paciente oncológica terminal... Y sería en este punto donde Hipócrates, y otras películas como ésta, son necesarias, tanto por su capacidad de contactar con un público general e informarle de que a pesar de los recortes hay profesionales deseosos y capaces de hacer su trabajo, como para que los que somos responsables de equipos similares nos miremos al espejo y nos planteemos si estas insuficiencias, injusticias e incumplimientos del compromiso ético que tenemos hacia nuestros usuarios tienen lugar en nuestras organizaciones, si tenemos previstas las soluciones y si tenemos el valor de buscar la justicia por encima de las amistades o intereses corporativos.
Pero Hipócrates es también el descubrimiento de la realidad. Si bien es bastante torpe en la presentación de los efectos de la crisis (el hospital está en muy mal estado, no hay mucho orden entre los profesionales, carece de material de forma escandalosa), pero al desarrollar una narración, si que es lúcida al mostrar cómo el cuerpo médico reacciona ante los errores. Por un lado, para encubrir un incumplimiento de protocolo que lleva a la muerte de un paciente (la falta de electrocardiógrafo funcionando en planta no permite diagnosticar un infarto), protegiendo al protagonista que se acuesta en lugar de reclamar el aparato. Por otro, a la inversa, sacrificando un profesional que ha hecho un acto correcto pero que se ha enfrentado a un jefe de servicio, interrumpiendo una injustificada reanimación de una paciente oncológica terminal... Y sería en este punto donde Hipócrates, y otras películas como ésta, son necesarias, tanto por su capacidad de contactar con un público general e informarle de que a pesar de los recortes hay profesionales deseosos y capaces de hacer su trabajo, como para que los que somos responsables de equipos similares nos miremos al espejo y nos planteemos si estas insuficiencias, injusticias e incumplimientos del compromiso ético que tenemos hacia nuestros usuarios tienen lugar en nuestras organizaciones, si tenemos previstas las soluciones y si tenemos el valor de buscar la justicia por encima de las amistades o intereses corporativos.
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