El Plan de Acción Global para la prevención y control de las enfermedades no transmisibles de la OMS tiene por objetivo reducir el 25% la mortalidad prematura debida a estas patologías para el año 2025 (estrategia 25 x 25) y, por ello, se concentra en estrategias que aminoren los siguientes 7 factores de riesgo a) consumo de alcohol, b) insuficiente actividad física, c) consumo de tabaco, d) hipertensión arterial, e) consumo excesivo de sal, f) diabetes, y g) obesidad. Contrariados por esta deriva individualista de la salud pública, un grupo internacional de investigadores ha publicado en Lancet los resultados de un meta-análisis con 48 estudios de cohortes y 1,7 millones de registros individuales, donde han demostrado que la pobreza tiene más fuerza explicativa por sí misma sobre la cantidad de años de vida perdidos que muchos de los factores 25 x 25, además de tener una innegable influencia cruzada mediante la potenciación de los mencionados factores de riesgo. Es importante aclarar que las cohortes seleccionadas por los investigadores corresponden a países del primer mundo, por lo que los grupos de bajo nivel socio-económico analizados representan las bolsas de pobreza que se concentran básicamente en barrios deprimidos de las grandes ciudades o en determinados colectivos como los indigentes o los inmigrantes.
Este hallazgo, por otro lado nada sorprendente, sugiere que la estrategia de la OMS es una muestra de la obcecación individualista de los sistemas sanitarios que creen que la culpabilización de las personas sobre la forma como gestionan sus vidas es el único camino posible para aumentar la esperanza de vida de las colectividades, pero la realidad es mucho más compleja, porque la falta de escuelas públicas de calidad, el desempleo o sencillamente la miseria en que viven millones de personas, los llevan a tener otros quebraderos de cabeza más perentorios que los de cuidar de su salud. El plan 25 x 25 parte de la base de que la pobreza es estructural y que, por tanto, desde los sistemas sanitarios no se puede hacer nada, pero Michael Marmot, presidente de la Comisión sobre Determinantes de la Salud de la misma OMS, no parece verlo de la misma manera cuando afirma: "Si los determinantes de la salud son mayoritariamente sociales, las soluciones deberán ser sociales." Sin embargo, la visión comunitaria de la salud pública está lejos de ser influyente en políticas efectivas de reducción de desigualdades sociales.
La obcecación individualista también en la práctica clínica
Muchos médicos, incluso los que tienen una orientación más humanista, conocedores de las circunstancias sociales y familiares adversas de muchos de sus enfermos, se muestran incapaces de incorporar estos elementos en la ecuación que acabará definiendo sus tratamientos. Parece como si cumpliendo el dictado de la guía de práctica clínica pertinente ya hayan hecho su trabajo y que si se da el caso de que no se siguen sus recomendaciones, este no es asunto suyo. Algunos se han desentendido de la verdadera misión de su trabajo que no es otra que mejorar la calidad y la cantidad de vida de las personas que confían en ellos.
Con la intención de no tirar la toalla en la búsqueda del imprescindible elemento social de la práctica clínica, hace poco hablé del modelo de la complejidad acumulativa y de la medicina mínimamente disruptiva, una línea de trabajo del grupo de investigación de Víctor Montori, que creo que puede ayudar a que médicos y enfermeras aprendan a ajustar los planes terapéuticos a la capacidad de cada persona y sus circunstancias de entorno.
Si la salud pública y la medicina no saben ir más allá de la mirada individualista, la efectividad de su trabajo cae en picado y se convierte en un lujo inútil, como la bomba de cobalto que, en un remoto país africano, algún organismo bienintencionado regaló a un hospital sin corriente eléctrica.
Jordi Varela
Editor
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