Una de las películas más interesantes de este año (¡y quizá por ello de las menos divulgadas!) es Sobre la marcha, de Jordi Morató (The creator of the jungle, en la versión en inglés), que cuenta la historia de Josep Pijilà, mecánico de vehículos conocido con el mote de Garrell, o también como el Tarzán de Argelaguer, da mucho de sí. Durante cuatro décadas, como diversión, Garrell se dedicó a construir, una y otra vez, en un pequeño bosque, un mundo de fábula: cabañas, torres, pasillos y laberintos. Con herramientas básicas, martillos, llaves y poco más, construyó un refugio para huir de quien él llamaba "el hombre blanco civilizado", llegando a rodar películas, interpretadas por él mismo, sobre un Tarzán acorralado en la selva y perseguido por intrusos motorizados. Sobre la marcha es fascinante por el propio personaje pero también por la reedición de las cintas de vídeo con las aventuras de un hombre madurito, el propio Garrell, en tanga, corriendo por el bosque, saltando por márgenes y rocas, trepando por los árboles y zambulléndose en estanques. Una obra sin sentido del ridículo que, revisitada por Morató, desprende amor por las viejas películas y la naturaleza que nos rodea.
La historia de Garrell deja, sin embargo, un regusto amargo. Las construcciones, de hasta cuarenta metros de altura, eran visibles desde la carretera que une Besalú con Figueres. Las había adornado con estatuas, móviles e incluso hizo una granja con estanques y animales. Cientos de familias y curiosos disfrutaron durante años de aquel laberinto medio real medio imaginario. El Colegio de Arquitectos de Girona glosó el ingenio de aquel hombre y algunos historiadores lo consideraron autor de arte efímero, siendo motivo de tesis doctorales y exposiciones. Ajeno a todo este revuelo, Garrell, después de haber sufrido agresiones, decidió derribar-lo todo, con una mezcla de estoicismo y alegría destructiva, como si fuera parte de un ciclo vital. Sin embargo, poco después, volvió a levantar su poblado.
En Sobre la marcha, Jordi Morató presenta Garrell como la personificación de la voluntad y la persistencia. Obligado a derribar de nuevo el poblado por ampliación de la autovía, Garrell decidió más adelante volver a levantar, por tercera vez, sus torres. Pero he aquí que Garrell acabó chocando con la Administración. Como se explica más ampliamente en el documental Garrell, el Tarzán de Argelaguer (D. Baró, 2014), la Agencia Catalana del Agua, con el apoyo del Ayuntamiento, le forzó, a sus 75 años, a derribarlo de nuevo. Finalmente la legalidad vigente pasó por encima del interés cultural de aquella obra inaudita.
Y ahora me planteo si la historia de Garrell no es tanto una extravagancia, como la representación, un punto barroca, de una historia universal. El creador de la jungla, el inventor de mundos, aquel que rechaza argumentadamente la norma, es objeto de mofa primero, de desconfianza después y, finalmente, es víctima de la autoridad. Se nos recuerda muy a menudo la necesidad de ser creativos y nos admiramos por las innovaciones introducidas en diversas organizaciones. Pero demasiado a menudo, en un rincón de nuestras almas, radica la desconfianza y quizás la envidia. Desconfianza individual que se alía con la burocracia para tumbar proyectos aduciendo que no se les puede encajar en el conocimiento aceptado. Vemos como la ley se utiliza muchas veces para perpetuar el status quo, como la rareza no suele ser bienvenida.
Demasiado deprimente quizás para cerrar así este mi primer artículo en "Avances". Seguramente, sin ignorar lo ya comentado, si les pica la curiosidad, en Sobre la marcha, podrán ver al Garrell anciano, que explica que la ilusión vivida no se la quitará nadie. Que la experiencia lo ha merecido y que aún sigue creyendo que todo está por hacer y que todo es posible. Reflexionemos a partir de su experiencia y pensemos que la norma marca sus propios límites y que con voluntad, imaginación y perseverancia podemos ir más lejos, crear proyectos, compartir experiencias y disfrutar de los resultados. Quien quiera, puede estar con nosotros. Quien no, como dice Garrell, puede quedarse con "el hombre blanco civilizado".
La historia de Garrell deja, sin embargo, un regusto amargo. Las construcciones, de hasta cuarenta metros de altura, eran visibles desde la carretera que une Besalú con Figueres. Las había adornado con estatuas, móviles e incluso hizo una granja con estanques y animales. Cientos de familias y curiosos disfrutaron durante años de aquel laberinto medio real medio imaginario. El Colegio de Arquitectos de Girona glosó el ingenio de aquel hombre y algunos historiadores lo consideraron autor de arte efímero, siendo motivo de tesis doctorales y exposiciones. Ajeno a todo este revuelo, Garrell, después de haber sufrido agresiones, decidió derribar-lo todo, con una mezcla de estoicismo y alegría destructiva, como si fuera parte de un ciclo vital. Sin embargo, poco después, volvió a levantar su poblado.
En Sobre la marcha, Jordi Morató presenta Garrell como la personificación de la voluntad y la persistencia. Obligado a derribar de nuevo el poblado por ampliación de la autovía, Garrell decidió más adelante volver a levantar, por tercera vez, sus torres. Pero he aquí que Garrell acabó chocando con la Administración. Como se explica más ampliamente en el documental Garrell, el Tarzán de Argelaguer (D. Baró, 2014), la Agencia Catalana del Agua, con el apoyo del Ayuntamiento, le forzó, a sus 75 años, a derribarlo de nuevo. Finalmente la legalidad vigente pasó por encima del interés cultural de aquella obra inaudita.
Y ahora me planteo si la historia de Garrell no es tanto una extravagancia, como la representación, un punto barroca, de una historia universal. El creador de la jungla, el inventor de mundos, aquel que rechaza argumentadamente la norma, es objeto de mofa primero, de desconfianza después y, finalmente, es víctima de la autoridad. Se nos recuerda muy a menudo la necesidad de ser creativos y nos admiramos por las innovaciones introducidas en diversas organizaciones. Pero demasiado a menudo, en un rincón de nuestras almas, radica la desconfianza y quizás la envidia. Desconfianza individual que se alía con la burocracia para tumbar proyectos aduciendo que no se les puede encajar en el conocimiento aceptado. Vemos como la ley se utiliza muchas veces para perpetuar el status quo, como la rareza no suele ser bienvenida.
Demasiado deprimente quizás para cerrar así este mi primer artículo en "Avances". Seguramente, sin ignorar lo ya comentado, si les pica la curiosidad, en Sobre la marcha, podrán ver al Garrell anciano, que explica que la ilusión vivida no se la quitará nadie. Que la experiencia lo ha merecido y que aún sigue creyendo que todo está por hacer y que todo es posible. Reflexionemos a partir de su experiencia y pensemos que la norma marca sus propios límites y que con voluntad, imaginación y perseverancia podemos ir más lejos, crear proyectos, compartir experiencias y disfrutar de los resultados. Quien quiera, puede estar con nosotros. Quien no, como dice Garrell, puede quedarse con "el hombre blanco civilizado".
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