miércoles, 1 de abril de 2020

Comportamientos de apoyo al personal sanitario cuando la epidemia se alarga






Vivimos atrapados en el tiempo. Como en la película de Bill Murray (Groundhog Day, Harold Ramis 1993), las dos semanas largas que llevamos de confinamiento nos están haciendo pasar paulatinamente por las cinco fases del duelo de Kubler-Ross: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Estamos ahora en el momento clave en el que, tras meses afectados por el sesgo conductual del sobre-optimismo (Kahneman, Pensar rápido, pensar despacio) pensando que la epidemia no nos iba a afectar de forma tan extrema (“negación”), y tras el consiguiente estado de shock ante su gravedad (“ira”), comenzamos a transitar entre cómo llevarlo mejor (“negociación”) antes de caer en la “depresión” al comprobar que nuestras estrategias para intentar paliar la epidemia y “doblar la curva” de contagio, no tienen efectos inmediatamente visibles. Es ahora por tanto especialmente difícil, y a la vez crucial desde un punto de vista epidemiológico, que no nos dejemos llevar por el desánimo y, como incide este reciente artículo de The Lancet, perseveremos en aquellos comportamientos que las autoridades sanitarias consideran cruciales para frenar la cadena de contagio. También es importante que no caigamos en un enfoque pesimista que, influenciados por el sesgo de comportamiento que lleva a tomar acciones excesivamente arriesgadas cuando todas las opciones posibles son negativas (nuevamente, Kahneman). 


Como se ha dicho estos días, lo importante no es tanto ya evitar contagiarnos y cortar así la propagación del virus, sino ralentizar lo más posible la velocidad de propagación, de forma que la pendiente de la curva que vemos a diario exprese que nos infectamos de una manera casi coordinada, evitando así el colapso de los hospitales, y especialmente el de las UCI (con el problema adicional de que el ingreso en una UCI se está produciendo con un retardo de entre 4 y 10 días, por el curso natural de la enfermedad). De hecho, uno de los focos de mayor interés en este momento es el tratar de encontrar un indicador que pueda predecir esta necesidad de manera precoz, para iniciar las correspondientes terapias en ese punto de la trayectoria de la enfermedad.

Esta brutal exigencia de coordinación es aún más complicada en tiempos de pánico. Al igual que la población debe coordinarse en sus compras para no desabastecer los comercios de alimentos y productos higiénicos, los gestores y profesionales sanitarios deben hacer un doble esfuerzo para organizar el seguimiento activo de los pacientes en su propio domicilio, por ejemplo, mediante modelos de teleasistencia, con formularios de evolución clínica validados que permitan la priorización de asistencia a los centros de manera coordinada en caso de necesidad, de forma que el pánico ante cualquier nuevo caso no lleve a una rápida saturación de los recursos hospitalarios.  

Es importante también la coordinación entre los dos grupos de la sociedad, la población y los profesionales sanitarios. La evolución, duración y profundidad de la pandemia dependerán de que seamos capaces de mantener el esfuerzo en los comportamientos que nos están exigiendo. Como explica Susan Michie en este post del BMJ, para que cualquier comportamiento se produzca, es necesario que se cumplan tres requisitos: capacidad, oportunidad y motivación. 

La capacidad comporta tener un conocimiento preciso de lo que a uno se le está exigiendo. En este sentido, cuanto más claras y directas sean las instrucciones de las autoridades sanitarias más sencillo será cumplirlas.  Evitar mensajes ambiguos facilitará el cumplimiento de las normas. Indicar con precisión el número de salidas semanales que pueden hacerse para comprar alimentos y en qué condiciones, en vez de permitir las salidas indiscriminadas, que facilitan que uno siempre pueda auto-excusarse con la necesidad de comprar algo para evitar el confinamiento. Cualquier esfuerzo por simplificar y coordinar esas reglas desde distintas instituciones transmitirán una mayor sensación de seguridad a la población sin crear dudas sobre su utilidad, especialmente cuando sus efectos no sean visibles de forma inmediata. Educar a la población, por ejemplo, acerca de la finalidad e indicaciones del uso individual de mascarillas en los diferentes escenarios (protección del contagio externo bidireccional, es decir, evitar contagiar a otros y/o evitar ser contagiado), podría contribuir a mejorar la disponibilidad de los EPI (equipos de protección individual).

La oportunidad requiere recursos tanto sociales como físicos, para poder aceptar y planificar con tiempo las medidas cambiantes que se deberán ir tomando. Los seres humanos somos especialmente reacios al cambio, y precisamente una de las mayores dificultades de estos días es la adaptación a nuevos grados de esfuerzo exigidos, según se nos van pidiendo, debido a la evolución de la epidemia. Nos cuesta aceptar que el grado de confinamiento que se nos puede llegar a pedir sea mayor (o mucho más largo) que el actual, puesto que tenderemos a pensar que lo que se nos había pedido antes había sido un error. Si bien deberíamos aprovechar la anticipación y experiencia de países a los que estamos emulando, pero con retraso, deberíamos también aceptar que nuestro comportamiento se debe adaptar a las circunstancias epidemiológicas de cada momento (e incluso a cambiantes criterios de detección y diagnóstico), y mantener la confianza en las indicaciones sanitarias, incluso cuando éstas estén variando en el tiempo.

La motivación implicará que se faciliten los comportamientos deseados y que se hagan más atractivos, de forma que las decisiones tomadas de forma consciente sean menos costosas y se adquieran hábitos que conviertan en automáticas muchas de nuestras decisiones (por ejemplo, respecto a la higiene). Encontrar un buen argumentario para la población, que justifique de forma tangible la utilidad de una medida, incluso cuando no se ven sus efectos inmediatos, puede colaborar a que nos cueste menos tomarla. El argumento de autoridad (sanitaria) es muy efectivo en múltiples contextos, pero si se acompaña con una buena motivación, el cambio de comportamiento, y lo que ahora nos importa, su mantenimiento en el tiempo, será más factible. Por ejemplo, explicar que por cada persona que no se infecte, se evitará el contagio de X otras personas, es una forma de otorgar sensación de control sobre la epidemia, de forma que sintamos que somos nosotros los que conseguimos doblegar la curva, y no al revés. Para que establezcamos rutinas automáticas de higiene y de interacción social, tal y como se nos está exigiendo, es fundamental romper la motivación individualista (¿Y a mí esto cómo me repercute?) además de ayudar a pensar de forma más colectiva. Romper la cadena de contagio no implica necesariamente que uno no se infecte, sino que evita que otros, especialmente los más vulnerables, lo hagan. El sentido de responsabilidad individual frente al resultado colectivo es especialmente importante, y en situaciones como la actual es algo a trabajar para alcanzar resultados razonables en un escenario sostenible.

Este working paper de King's College revisa la evidencia reciente sobre como conseguir adherencia a comportamientos bajo cuarentena. Lograr aunar la capacidad, la oportunidad y la motivación para conseguir los comportamientos individuales y colectivos que mejor coordinen las necesidades sanitarias con las de la población general serán la clave para que salgamos de esta crisis con las menores consecuencias posibles.

Juan y Pedro Rey, los autores del post, son, además de hermanos, médico y profesor de economía del comportamiento, respectivamente.




Pedro Rey
Economista. Profesor ESADE



Juan Rey
Médico. Hospital Universitario Rey Juan Carlos. Madrid

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