El funcionamiento de las organizaciones sanitarias es
complejo, más allá de las estructuras arquitectónicas, medios tecnológicos,
sistemas de información y personas físicas requiere del conocimiento de los
procesos, de sus limitaciones y de cómo
favorecer su activación para que incidan sobre los pacientes de manera
favorable. Durante el año muchos profesionales tenemos el privilegio y
la responsabilidad de ver pasar a numerosos estudiantes de medicina y
residentes en formación, que de manera rutinaria vienen a aprender en nuestra
compañía atendiendo al plan formativo diseñado por la facultad de medicina de
turno o la comisión nacional de la especialidad que se tercie.
En más de una ocasión, me he visto repitiendo como un mantra
a los alumnos y residentes, que ellos no vienen a aprender medicina conmigo,
sino para aprender a hacer de médico. Todos somos extremadamente conscientes de
la importancia del buen aprendizaje de los futuros profesionales. Pero para
tener profesionales competentes, es preciso que además de conocimientos, adquieran habilidades y actitudes. El conocimiento y las habilidades se adquieren estudiando y
repitiendo procedimientos que antes hemos visto hacer a otros y se va
adquiriendo destreza en su ejecución. El aprendizaje de la actitud parte de los valores de los
aprendices y se va conformando de manera informal, por
imitación de conductas, por comentarios, pero, pese a su enorme importancia, no
es un objetivo específico ni explicito de la formación, queda como el
denominado curriculum oculto.