miércoles, 21 de octubre de 2015

Contar para decidir


Un amigo, director de una sucursal bancaria, siempre me recuerda, con cierta superioridad, que los médicos no sabemos elegir, como norma general, los mejores productos financieros que ofrece su entidad. Al parecer, en el mundo de la banca está extendida la opinión de que somos malos gestores de nuestras finanzas personales y es por esa razón que somos un blanco fácil para ellos.

Al margen de impresiones particulares y de generalizaciones, que siempre tienen un punto de injusticia, lo que sí es constatable es que cualquier sistema de salud absorbe la mayor proporción del presupuestos público de una administración y que sus profesionales, a través de sus decisiones clínicas y organizativas tienen un importante papel en su gestión. Si bien es cierto que en la formación estándar de un médico no se contempla, por ahora, la formación en economía, quizás convendría impregnar a los profesionales de una mínima base teórica en aras de la supervivencia del propio sistema y de la propia profesión.

En un sistema de salud con un modelo teórico, los economistas de la salud establecerían planes y adoptarían decisiones en base a la llamada evaluación económica. Este es un concepto genérico que engloba un conjunto de técnicas de análisis, cuyo objetivo inmediato en su aplicació́n al sector salud es la valoración de los costes y los beneficios de los medicamentos, las tecnologías médicas y los programas de salud. Estados Unidos y el Reino Unido fueron los primeros países que aplicaron estas técnicas como soporte a la toma de decisiones en el ámbito de las obras públicas: trazado de autopistas, localización de aeropuertos, obras hidráulicas, etc. Fue a principios de los años setenta, cuando la evaluación económica se introdujo en el campo sanitario.

En realidad, la finalidad principal de la evaluación económica es la de comparar las ventajas e inconvenientes de las distintas opciones entre las que se debe elegir, cosa que la mayor parte de las personas hacemos en la vida diaria, por ejemplo a la hora de comparar varias marcas en la elección de un electrodoméstico.


Pero, ¿aplicamos la misma perspectiva en la práctica clínica diaria o a la hora de tomar decisiones organizativas? Es decir, ¿aplicamos la evaluación económica y realmente cotejamos el coste y el beneficio que produce? Es importante la consideración de los costes fundamentalmente porque cualquier cosa que hagamos en la atención sanitaria le cuesta dinero al contribuyente, tanto si lo paga directamente de su bolsillo como si lo hace indirectamente a través de impuestos o cuotas de seguro, y más aún si el dinero del que se dispone es limitado. Para hacernos una idea, por cada hombre, mujer y niño gastamos casi el 8% de nuestra renta cada año en atención sanitaria, lo cual equivale aproximadamente a algo más de 12 días de trabajo de cada 100.

Ante este escenario, ¿valen o compensan los beneficios y riesgos de un tratamiento o intervención sanitaria a cualquier coste que la gente tenga que pagar? Si hay muchos tratamientos entre los cuales escoger y no hay recursos suficientes para todos, ¿cuales deben recibir prioridad? ¿Quién debe establecer las prioridades de dichos tratamientos o intervenciones? ¿Por qué no hay que dar prioridad a los tratamientos según la cantidad de beneficio que proporcionan? La respuesta a estas preguntas es compleja y, pese a la dificultad de elevar al terreno objetivo cualquier elemento de decisión clínica, la economía de la salud dispone de herramientas que nos pueden ayudar a la hora de tomar decisiones acertadas basadas en la priorización y en la eficiencia sin que tengamos que rechazar necesariamente al componente artesanal.

Bienvenidos pues a "Galénica cuántica", columna de "Avances de Gestión Clínica", donde introduciremos conceptos técnicos y experiencias para sensibilizar al lector en relación a aspectos relacionados con la economía de la salud, la evaluación económica y la farmacoeconomía, con el fin de mejorar la eficiencia y el desempeño en las instituciones sanitarias.

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