Es un placer cerrar el año en este blog refiriéndome no sólo a una de las mejores obras del año, pero también a una película que puede todavía verse en la cartelera. La muerte de Luis XIV, además de ser la cinta más accesible del inefable Albert Serra, es una obra bella, sensible y vinculada absolutamente a la intención de estas líneas.
Al inicio de la película, el Rey Sol contempla, ya sentado en una primitiva silla de ruedas, el único exterior que veremos en toda la obra y el último que él verá. Testigo del poder terrenal, el paisaje que contempla el monarca se ve como un sueño que precede al que se convertirá en la pesadilla de sus últimos días. A partir de allí su autonomía se va limitando y su poder se desvanece. El rey deja de ser todopoderoso y pasa a ser un paciente débil e indefenso.