Como bien sabrán nuestros lectores, España es líder mundial en número de donantes de órganos per cápita (cerca de 50 por cada millón de habitantes) y lo es desde hace más de 25 años. La aceptación social y la solidaridad de los ciudadanos se ven correspondidas por un efectivo sistema de trasplantes que ha superado las 5.000 intervenciones anuales.
Una parte importante de este éxito proviene de que en España, cuando fallecemos, todos somos donantes de órganos "por defecto", si no hemos manifestado lo contrario. Si alguien tiene algún inconveniente en ser donante, es extremadamente sencillo dejar de serlo. Lo puede dejar dicho por escrito o comunicárselo verbalmente a un familiar. Los médicos aceptarán la palabra del familiar como evidencia válida del deseo de no ser donante. Sin embargo, en otros países como Estados Unidos o el Reino Unido (25 y 16 donantes por millón de habitantes, respectivamente), para convertirse en donante hay que realizar un mínimo trámite. En Estados Unidos basta con escribirlo uno mismo en el reverso del carnet de conducir. En el Reino Unido hay que pasar por la administración, pero el coste de hacerlo es tan mínimo que es difícil creer que las diferencias en las tasas de donación puedan atribuirse a diferencias de solidaridad entre estos países y el nuestro. Como he comentado en alguna ocasión hablando del Premio Nobel de Economía 2017, Richard Thaler, parece más bien que la existencia de la opción jurídica “por defecto” tiene una importancia enorme en que se produzca o no la donación y, por lo tanto, en la proporción de donantes de la población.