Varios estudios de base poblacional han demostrado que el nivel de ingresos económicos de las personas está relacionado con la calidad de su salud y con sus niveles de supervivencia. Este es un hallazgo que no hace más que confirmar lo que intuye el sentido común. Las personas acomodadas, en general, son más conscientes, que el común de los humanos, de que hay una manera saludable de vivir la vida y, por ello, los gimnasios se han llenado de máquinas, los entrenadores personales y las dietistas tienen más trabajo que nunca y el mindfulness es un valor al alza. Ningún estudio ha demostrado, sin embargo, que el mayor consumo de servicios sanitarios por parte de las personas acomodadas tenga ninguna influencia en los buenos resultados en términos de salud y mortalidad de este grupo poblacional.
El espejismo del cáncer de los ricos
El uso de los servicios sanitarios como un bien de consumo, que se observa especialmente en los que lo pueden pagar, está dando señales negativas, especialmente en uno de los terrenos más sensibles, el de la prevención del cáncer. Un artículo de H. Gilbert Welch y Elliott S. Fisher (Darmouth Institute), "Income and cancer overdiagnosis: when too much care is harmful", dice que, en los territorios norteamericanos con ingresos más altos, se ha disparado la incidencia de cuatro cánceres: mama, próstata, tiroides y melanoma, en relación con los territorios más pobres, sin ninguna reducción en la mortalidad. Y la pregunta es: ¿de qué sirve ir a la búsqueda de cánceres que aún no se han manifestado clínicamente si de esta acción no se obtiene ningún resultado? Desgraciadamente, la respuesta a esta pregunta no es neutra, no es que la prevención secundaria exagerada no sirva de nada, sino que es negativa, ya que las consecuencias del inevitable sobrediagnóstico son palpables, con la realización de un montón de intervenciones, irradiaciones e intoxicaciones innecesarias.
La teoría de los reservorios
En defensa de los programas del diagnóstico precoz del cáncer, a muchas personas les gusta hacer la comparación con el mantenimiento de los coches, supongo que motivadas porque se trata de un modelo preventivo muy intuitivo: si cambias las piezas que la revisión ha detectado que están al límite de su vida útil, la probabilidad de que el vehículo te deje tirado en la carretera baja radicalmente. Pero cuando se traslada este modelo al cuerpo humano, la comparación no se sustenta, en parte, por la teoría de los reservorios, que ha demostrado que hay órganos, especialmente los glandulares, que sufren muchos procesos internos degenerativos que ellos mismos acaban resolviendo, o bien que adquieren la capacidad de convivir con estos. Esta teoría explica que las personas ricas, con un volumen superior de cánceres diagnosticados, solo observen los efectos adversos de los tratamientos sin mejoras en supervivencia.
La lección aprendida es que, al margen de nuestro nivel de ingresos, si queremos vivir más y mejor, hay que concentrarse en comer de la manera más saludable posible (y cuanto menos, mejor), evitar los hábitos tóxicos, hacer ejercicio de una manera razonable pero cada día, afrontar las preocupaciones de la manera más positiva de la que seamos capaces y dormir lo mejor que podamos. ¿Y el diagnóstico precoz? Si estamos interesados/as en él, no ahorremos esfuerzos en buscar datos fiables de sus beneficios y de sus efectos adversos. No olvidemos nunca que ni la sanidad es un bien de consumo ni nuestros cuerpos son coches.
Jordi Varela
Editor
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