Foto: @famani38
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La crisis sistémica que padecemos configura el escenario del colapso actual de la civilización, que se caracteriza por una globalización del malestar y el miedo que merma pensamiento, reflexión y comprensión. No encontramos nada donde agarrarnos, ni líderes, ni ideas, ni narrativas, lo que está permitiendo que el poder se posicione detrás de tecnologías que ofrecen sucedáneos.
Esta situación de complejidad afecta a todos los ámbitos sociales, desde la política hasta la educación, desde la organización laboral hasta la sanidad. Me centraré en esta última que es la que mejor conozco.
Desde hace años, los profesionales de la salud somos conscientes del derrumbe de los sistemas sanitarios públicos en distintos países. Conocemos las causas, pero no disponemos de capacidad para implementar soluciones. Pensamos que con cambios de organización, financiación y gestión sería posible cambiar y mejorar el sistema, nos frustra que no haya motivación política ni gestora para ello. Y también no disponer de suficiente energía o voluntad por nuestra parte.
Tal vez la sociedad esté equivocando el enfoque. En mi opinión, no existe organización sanitaria que pueda resistir la situación social actual que ha convertido la salud en un bien económico más y ha establecido las leyes de mercado como lex artis. El ciudadano siempre va a querer consumir "más salud" y, ante cualquier síntoma, pedirá soluciones.
Hemos perdido la batalla de la narrativa al asumir como cierto para el campo de la salud el paradigma de mercado que impera en nuestro tiempo. Al definir salud como bienestar, abrimos la puerta a la generación de infinitos bienes y servicios susceptibles de mercantilización. El paciente se convierte en consumidor y solicita ser tratado como tal. No nos extrañe que el sobrediagnóstico y el sobretratamiento sean los negros ángeles que surjan de esta perversión, hijos del abuso sanitario que caracteriza esta generación.
La dependencia del ciudadano respecto del sistema sanitario es cada vez mayor. Dan igual la edad y las circunstancias: ante el mínimo síntoma se acude a un centro sanitario. Hemos fracasado claramente en el manido "empoderamiento" del paciente tras años de buenismo sanitario en el que se ha asumido como lícito cualquier tipo de consulta y se ha atendido todo lo que entraba por la puerta. Y esto tiene difícil vuelta atrás.
Pero, ¿cómo transformar esta narrativa de salud? ¿Cómo ayudar al que padece una necesidad a conseguir una nueva perspectiva de lo que le sucede? Las respuestas pasan por favorecer una comunicación de calidad que permita establecer una relación de confianza entre pacientes y profesionales. Lo segundo será aprender a escuchar lo que hay debajo del motivo de consulta, conseguir visualizar a la persona como un todo. Atrevernos a ver sus cuatro cuadrantes: físico, psicológico, social y existencial. En tercer lugar tendremos que ser capaces de acompañar la construcción de una nueva narrativa por parte del paciente que le permita hacerse cargo de lo que le pasa, aceptarlo, sostenerlo y seguir caminando. La sanación implica que cada cual complete este proceso interno independientemente de lo que suceda con sus síntomas.
Muchos se preguntarán cómo será posible hacerlo en consultas de cinco o seis minutos, con agendas cada vez más sobrecargadas. Y ante esto respondo con otra propuesta de cambio de narrativa, en este caso para profesionales: si seguimos centrados en la queja y en la limitación no conseguiremos darnos cuenta del enorme poder que tenemos los clínicos para ayudar a los pacientes a transformar el plomo de sus vidas en el ansiado oro de la serenidad, el sentido existencial y la alegría. La alquimia la hace siempre el que padece, pero ¡qué bien viene una ayudita externa cuando uno está en mitad de una noche oscura!
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