Retrato de Jeanne Calment, supuestamente la mujer más anciana del mundo |
No hay ni que decir que la pandemia, aunque transversal, no es muy democrática: todos la sufrimos, pero también ha ampliado claramente las desigualdades socioeconómicas, de género y ligadas a la edad y a la fragilidad. La Agencia de Calidad y Evaluación Sanitarias de Cataluña (AQuAS) ha evidenciado el impacto respecto a las desigualdades socioeconómicas. También es evidente que las mujeres, afectadas especialmente por el cierre de las escuelas y el cuidado de los hijos y con una posición laboral ya previamente en desventaja, se han llevado las peores consecuencias del confinamiento. Además, han tenido que asumir un rol de cuidadoras de sus parejas o de las personas de edad cuando las cuidadoras profesionales han desaparecido debido al confinamiento. Los efectos de la pandemia han sido devastadores para los ancianos en cuanto a incremento de mortalidad, especialmente los más frágiles (personas ingresadas en residencias), con falta de tests diagnósticos y con la aplicación excesivamente frecuente de criterios discriminatorios para acceder a los recursos sanitarios, más todavía en el caso de personas especialmente vulnerables como las que sufren demencia.
Foto de twitter de @JaviYanguas |
En un estudio desarrollado a partir de entrevistas telefónicas a 2.935 personas mayores (el 70,8% mujeres, el 31,2% de las cuales vivían solas y el 46,4% con estudios primarios), aunque el miedo y la preocupación hayan estado presentes en la mayoría de los encuestados y más de la mitad hayan sufrido soledad no deseada, estos señalan que han luchado para minimizar los efectos adversos del confinamiento y para mantener el estado anímico y el bienestar. No sorprende, por otra parte, que quienes mejor han tolerado el confinamiento hayan sido los más optimistas, con más recursos personales, flexibilidad para cambiar de roles, para cuidar y dejarse cuidar, y con una red social que no les ha fallado, cuando menos por vía telefónica. Podría ser que las experiencias vividas anteriormente por estas personas las hayan ayudado: muchas se quedaban sorprendidas cuando se les preguntaba si sentían la situación actual como un estado de guerra.
Este estudio coincide con otras encuestas telefónicas: entre 1.639 participantes españoles, los de 60 años o más, comparados con los más jóvenes, han reportado menos ansiedad y estrés, mientras que un estudio reciente desarrollado en California muestra que el sentimiento de soledad, muy intenso al principio, fue mejorando a lo largo del confinamiento.
Estos datos no parecen extrapolables a todas las “personas mayores”, un colectivo realmente muy heterogéneo. Habría que valorar, por ejemplo, qué sesgo de selección han tenido los estudios, aunque el número de participantes en los mismos sea relevante, porque probablemente los que aceptan participar en ellos son los que están mejor. También está claro que el confinamiento ha ejercido un impacto mucho más duro en las personas con más problemas de salud, cognitivos, anímicos, sociales y económicos de base, con empeoramiento de trastornos de conducta en personas afectadas de deterioro cognitivo, empeoramiento del estado anímico, etc.
No obstante, la resiliencia demostrada por estos grupos de personas nos tiene que animar a hacerlo mejor en esta segunda oleada: proteger al máximo la salud de las personas de edad previniendo los contagios y dando a cada una la atención más adecuada (sea invasiva o de confort), intentar evitar un nuevo confinamiento completo (y en esto estamos todos implicados) y buscar soluciones para que las personas mayores mantengan relaciones sociales y actividades protegidas, sea en su domicilio o en una residencia. También es fundamental dejar que aporten sus opiniones a los planes para abordar la pandemia, tal como reivindica la plataforma Age Platform Europe, algo que pocos países han fomentado.
Para concluir, el estudio de Yanguas también indica la necesidad, a medio plazo, de un cambio hacia una dimensión hasta ahora poco explorada. En palabras del mismo informe, “necesitamos implementar nuevos modelos basados en 'ser', en mejorar nuestras capacidades personales, en conformar una vida con sentido y significado (también y sobre todo de mayores). ¿Qué nos quedará cuando ya no podamos 'hacer'?” Si estuviéramos más preparados, resistiríamos mejor la pandemia y seríamos una sociedad más armónica.
En efecto, queda mucho por hacer; pero el magnífico estudio de Javier Yanguas muestra una vez más una realidad que la sociedad no ve: que los mayores son un sector de población cada vez más heterogéneo.
ResponderEliminarBueno quizás un poco dulcificado... Realmente Dr. Inzitari no ha sido la tónica generalizada. Mayores con patologias mentales previas sin atención professional. Los recursos sanitarios y de la administración local sólo era para mayores autónomos, que dispusieran de móviles o tablets. Para mayores mucho más dependientes y con deterioro congnitivo no hubo ninguna actuación. Es decir mayores que se descompensaron completamente con graves secuelas mentales y físicas.
ResponderEliminar