Mental fugit
La comunicación es la habilidad más importante para un profesional de la salud. Una comunicación eficiente es aquella en la que el terapeuta se siente seguro de que realmente ha escuchado y registrado las necesidades del usuario y, gracias a esto, le puede brindar una atención personalizada. La empatía es la capacidad de percibir, comprender y compartir los sentimientos, pensamientos y emociones de los demás, basada en el reconocimiento del otro como una persona similar a nosotros, con mente propia. De esta empatía se benefician claramente las dos partes y los pacientes que experimentan empatía durante su tratamiento obtienen mejores resultados y más posibilidades de recuperación. A su vez, los profesionales con niveles más altos de empatía trabajan de manera más eficiente y productiva y manifiestan una mayor satisfacción con su desarrollo profesional.
Existe un amplio consenso sobre las bondades y beneficios de la empatía y, al mismo tiempo, sobre como el propio sistema y nuestra manera de comportarnos y comunicarnos la pueden dificultar seriamente. Hasta un 70% de los profesionales han llegado a manifestar que se encuentran con estas barreras. En muchas ocasiones, los profesionales y los pacientes tienen puntos de vista muy distintos sobre sus habilidades de comunicación. Una comunicación en concreto puede ser autopercibida como satisfactoria por una de las partes, mientras que la otra manifiesta no sentirse escuchada y comprendida, pareciendo como si los dos protagonistas hubiesen estado en dos realidades completamente diferentes. Las razones pueden ser muchas, las más documentadas son la elevada demanda asistencial, la falta de tiempo, la aproximación y el enfoque terapéuticos, la ausencia de formación en estas habilidades y las diferencias en el estatus socioeconómico. Si, además, en la situación actual, le añadimos la presión asistencial, la ansiedad, la falta de autoconciencia y la falta de una formación adecuada, estos elementos tampoco facilitan el desarrollo de la empatía y se pierden muchas oportunidades de emplearla.
Entre todos esos factores, la educación y el entrenamiento son claramente modificables. Cada vez disponemos de más evidencias que sustentan la necesidad de trabajar estas habilidades comunicacionales permanentemente. Se ha demostrado que la adquisición de competencias en comunicación contribuye en gran medida a la mejora de la relación terapéutica. Los profesionales que completan esta formación tienen más probabilidades de detectar las emociones y la evolución de los pacientes y, por lo tanto, de explorar y satisfacer sus necesidades. La educación se puede dar mediante el trabajo práctico, soportes virtuales, role-playing y aprendizaje experimental. Los modelos con más éxito buscan mejorar en los profesionales las habilidades de detección de signos sutiles no verbales de emociones, en ellos mismos y en sus pacientes, que les posibilitan poder ofrecer una respuesta de apoyo y facilitan la resolución de los conflictos que pueden aparecer en la comunicación.
Ante los desafíos actuales, llega el momento de fortalecer e impulsar este tipo de programas, de implantarlos de forma estandarizada y generalizada, y de que la formación relacionada con la empatía y la compasión se incorpore a todos los itinerarios formativos y a la práctica clínica habitual.
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