Si nos planteamos una cinta de zombies con Arnold Schwarzenegger pronto imaginamos un montón de miembros descabezados y sangre a raudales. Maggie (H. Hobson, 2015) no es eso, ni mucho menos, sino un emotivo drama familiar tratado con bastante sensibilidad. En un mundo en descomposición por una epidemia que mata y zombifica a la gente, Wade Vogel (Arnie, en un papel fuera de su registro y con una interpretación notable) ve como su hija Maggie, huida de casa, vuelve infectada. El gobierno plantea la opción de una estancia hospitalaria y, finalmente, la obligatoriedad de una cuarentena, que parece ser un eufemismo, porque se dice que los zombies terminales son abandonados a su suerte en una sala aislada donde se devoran entre ellos. Wade decide llevar Maggie a su casa y se hace responsable de ella hasta el final.
Este año hemos tenido varios estrenos sobre eutanasia y enfermos terminales: una de las mejores cintas del año, la delicada Aguas tranquilas (Futatsame no mado, N. Kawase, 2014); pero también Corazón silencioso (Stille hjerte, B. August, 2014), La fiesta de despedida (Mita tova, T. Granit, S. Maymona, 2014), Ma ma (J. Medem, 2015), etc. Maggie, con la excusa de los zombies, toca un tema que se podría vincular al SIDA en su peor momento, a la gripe A o al cáncer en jóvenes. Como se hacía en la también emotiva y perturbadora Nunca me abandones (Never let me go, M. Romanek, 2010), basada en la novela de Kazuo Ishiguro, la mirada del director se serena y evita en todo momento (en contra de lo esperado) las escenas tremendistas. Henry Hobson nos plantea el dolor de un padre que quiere cuidar la hija que ama, a pesar de saber que le espera pronto un terrible final. Wade construye así un oasis de tranquilidad en medio de un mar de dolor y de miedos, para hacer más fácil los últimos días y la despedida. El sistema sanitario y la administración no facilitan en absoluto esta necesidad (desde la detección y captura de los infectados hasta el aislamiento y la eliminación de los mismos) y es la familia quien debe hacerse cargo.
Más allá de toda estrategia paliativa es imprescindible que lo tengamos presente. La intimidad, la posibilidad de facilitar (en el hospital y en el domicilio) los espacios donde digerir el dolor y recuperar, en última instancia, los más bellos recuerdos que puedan compensar, dejar en segundo término, el daño que se sufre. Casi al final, Maggie nos reserva una de las escenas más tiernas, y al mismo tiempo, terribles que podemos ver en una supuesta cinta de terror y también que podemos ver en nuestro trabajo cotidiano, el último adiós entre seres queridos. Hobson lo hace creíble y sensible, sin caer en el subrayado excesivo ni en la sensiblería de culebrón. No se deje llevar por el contexto y vaya a verla. Maggie es una peli de zombies con mucha vida dentro.
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