En 2014, Ryan Meili, médico de familia canadiense, escribía un artículo provocador en el que criticaba las políticas de promoción de la salud implementadas desde los años setenta en la mayoría de los países desarrollados. Con el título “Improving our health is about more than diet, smoking and exercise”, Meili repasaba en primer lugar los determinantes
de la salud de la población.
Como es sabido, entre los elementos que
determinan la salud de la población la asistencia sanitaria es de los menos
importantes, comparado con el peso de factores sociales como, por ejemplo, los
ingresos y su distribución, la educación, la vivienda, el empleo o el apoyo social
de que dispone el individuo. Aunque es evidente la importancia de estos factores,
y aunque estudio tras estudio han demostrado las diferencias en la salud que
provocan las desigualdades sociales, las políticas de salud siguen apostando mayoritariamente
(y las prioridades presupuestarias así lo demuestran) por destinar los recursos
disponibles a mejorar la atención sanitaria de la población, olvidando en muchas
ocasiones los demás factores que también son determinantes.
Las políticas sanitarias que han intentado ir
más lejos que invertir en atención sanitaria se han centrado básicamente en la
medicina preventiva mediante la vacunación y los programas de cribado y en la
promoción de la salud, pero solo como medidas para evitar la enfermedad, no como
medidas para mejorar los resultados de salud.
Además, cuando se habla de promoción de la
salud muy a menudo se habla solo de tres elementos, que Meili llama la
“Santísima Trinidad” de la promoción de la salud: tabaco, dieta y ejercicio. Eso
no quiere decir que estos tres factores no sean importantes; seguramente dejar de
fumar es una de las mejores maneras para mejorar la salud y aumentar la esperanza
de vida individualmente. El problema es que mientras nos dirigimos a estos
factores individuales no afrontamos otros factores que tienen un impacto también
muy importante en la salud de la población. De hecho, algunos autores incluso han
asegurado que las medidas de promoción de la salud que hemos estado desarrollando
en los últimos años pueden favorecer las desigualdades de salud, ya que suelen tener
más incidencia en la población más educada y que seguramente necesita menos estas
medidas. Este factor coincidiría plenamente con la ley de atención inversa (inverse
care law) de Tudor Hart, que dice que la atención médica o social tiende a
variar inversamente según las necesidades de la población atendida.
Las campañas de promoción de la salud tienden
a incidir en lo que es más fácil: las medidas que puede tomar el individuo para
mejorar su salud, y obvian lo que es más difícil: intentar cambiar el contexto
en el que se encuentra ese individuo. Por ejemplo, en una persona diabética mal
controlada es mucho más sencillo incrementar su medicación y culpabilizarla por
su dieta inapropiada que intentar cambiar las medidas socioeconómicas que hacen
que no tenga acceso a una dieta equilibrada.
Meili acaba su artículo con una frase que debería
hacer pensar a los responsables de las políticas de salud: “Hablar de las decisiones
individuales sin tener en cuenta las circunstancias socioeconómicas en las que
se toman es la manera más sencilla de mantener a las personas enfermas”.
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