Durante el año 2017 pasó por Barcelona la exposición “David Bowie is”, que repasaba la vida y todas las facetas creativas de unos de los genios musicales del siglo XX y, personalmente, autor de algunas de las canciones que más me gustan, como Changes. Una de las curiosidades que los visitantes pudimos descubrir en ella fue el Verbasizer, un programa informático que ofrecía combinaciones aleatorias de palabras para generar nuevas oportunidades de crear frases, como asistente de creatividad. Bowie era un vanguardista en muchos sentidos y así lo demuestra arriesgando no solo con los diseños rompedores, sino con la incorporación de herramientas tecnológicas.
Eric Topol es también un vanguardista de la medicina y motor de la medicina de precisión. Acaba de publicar Deep Medicine: How Artificial Intelligence can make medicine human again, un libro con un título sugerente y que seguramente tendremos que leer atentamente, pero todavía no lo tenemos en las manos. Aprovecho esta introducción porque curiosamente el AMA Journal of Ethics de febrero de 2019 dedica todo un monográfico a la inteligencia artificial. Os recomiendo dedicar un rato a revisar los artículos de este número, como el rol de los pacientes virtuales, aspectos éticos del reconocimiento facial o la posible reducción de disparidad de acceso a la medicina general y la salud mental con la inteligencia artificial.
No obstante, me ha llamado la atención uno en especial, debo confesar que probablemente por el clásico sesgo de confirmación: Reimagining Medical Education in the Age of AI, escrito por Steven A. Wartman y Donald Combs. Este articulo aborda la irrupción de la inteligencia artificial desde la perspectiva competencial y formativa de la profesión médica. Destaca aspectos ya evidentes sobre el cambio de paradigma desde la adquisición de información hasta la capacidad de hacer un uso racional de la misma en un contexto de sobrecarga de información. Y lo hace en contraposición a un aspecto crucial como lo es la toma de decisiones, resaltando el apoyo que puede suponer la inteligencia artificial a la comprensión, interpretación y comunicación del riesgo. Añade el artículo, además, que la psicología de la toma de decisiones resulta vital en nuestro rol en el ejercicio de la medicina, junto con la empatía y las habilidades comunicativas. Por lo tanto, el médico del futuro tendrá que saber lidiar con las herramientas que ponen la información a su disposición, pero la tarea más importante será la capacidad de gestionar adecuadamente dicha información para convertirla en información que realmente se ajuste a las preferencias y necesidades de nuestros pacientes. Finalmente resalta que estas competencias serán más necesarias aun cuanto mayor sea el papel de la medicina personalizada en el futuro.
Otro aspecto relativo a la inteligencia artificial, nada banal, es quien gobierna realmente la toma de decisiones y sus repercusiones éticas. ¿Quién toma realmente las decisiones? ¿Quién es el responsable? Aun aplicando los medios adecuados, la respuesta a los tratamientos es muy variable, por lo que se nos recuerda que como médicos tenemos que ser capaces de tomar decisiones, pero además saber atender el sufrimiento y ser compasivos. Hay que recordar que la medicina “es de medios, no de resultados”, o sea, que nuestro deber es aplicar los medios indicados, no garantizar los resultados. Pero hay que añadir que, al hacerlo, debemos respetar los valores del paciente.
Por todo ello, abordar el reto del rediseño curricular formativo es necesario, y no de un modo “incremental”. Los autores critican que ninguna modificación curricular ha cambiado los contenidos, solo ha añadido más, y que al final se acaba evaluando la capacidad de retención. Por lo tanto, proponen un cambio radical del currículum. Su propuesta es: cambiar la retención de información por la capacidad de capturarla en el momento preciso, aprender a colaborar y a utilizar herramientas de inteligencia artificial, mejor comprensión de la probabilidad y saber aplicarla de manera sensata a la toma de decisiones y, finalmente, cultivar la compasión y la empatía. La crítica llega a su momento culminante al nombrar todas las estructuras organizativas que se interponen a estos cambios.
Seguramente pronto llegará el libro del Dr. Topol, pero seguimos formando a los profesionales del futuro sin abordar cambios curriculares, algo que tardará en llegar. Nuestra administración y nuestras facultades también tienen estructuras inmutables donde, además, el peso de las cátedras, de las “horas de clase que me tocan”, de “mi temario” siguen retrasando un cambio, menos basado en la cantidad de información almacenada y más en cómo gestionarla y, sobre todo, en cómo podemos hacer partícipe de ella al paciente. No digo que esos contenidos se enseñen mal (a veces también), pero su extensión, como dicen los autores, no debería ser la que tienen. Mientras, las clases dedicadas a la ética y a la comunicación son vistas como relleno y no centrales. En cambio, son vitales para el ejercicio de la medicina, pero no se reflejan así en muchos currículos de facultades de medicina, mientras repetimos horas de clase sobre conceptos que además caducarán varias veces durante nuestro ejercicio profesional.
Aprovecho para colgar el vídeo de Changes en directo 1973 en honor a los cambios que, espero, se producirán también en nuestro sistema sanitario y en las facultades de medicina.
Al leer el artículo y escuchar las novedades en AI del mobile world Congress, se me ha venido a la cabeza una imagen, digna de el Roto.
ResponderEliminarDos naciones se encuentran en una consulta, con sus respectivos usuarios, y se cometan entre ellos:otra vez aquí, a ver qué puedes hacer con mi usuario. Es que no me aguanta nada. Y el otro contesta: si, es que cada vez Durán menos, tienen obsolescencia programada...
A ver si de tanto preocuparnos de la AI, no acabamos siendo sus súbditos.
Gracias por el artículo.