Esta semana la ministra de sanidad ha convocado una reunión urgente para abordar la problemática de la atención primaria española que, como todos los inviernos, no deja de acumular titulares de prensa. Seguramente ha tenido que escuchar los datos objetivos que hablan del deterioro estructural de la misma, la sobrecarga asistencial progresiva, la falta de recursos y la delicada situación de los profesionales. Seguramente le han enseñado los números que indican como cada vez es más difícil encontrar médicos de familia porque estos huyen de los contratos basura que les ofrecen y se marchan a otros países donde las condiciones son mejores. Las gráficas que indican que en pocos años se jubilará un alto porcentaje de los médicos más veteranos. Las pirámides de población que muestran que cada vez habrá más pacientes crónicos complejos...
No debe de ser fácil ser la responsable de un derecho constitucional como la atención al cuidado de la salud cuando la estructura de transferencias de los servicios sanitarios a las comunidades autónomas ha sido desde el principio un epítome de descoordinación, mercantilización política y duplicación de gasto (sistemas de información multiplicados, compras de medicamentos, tecnología y servicios externos no centralizados, entre otras cosas). Y, claro, lo que no han arreglado otros no lo voy a arreglar yo...
De momento, el movimiento de ajedrez de la señora ministra es propiciar un nuevo grupo de trabajo para establecer un libro de directrices, que es casi lo mismo que se ha hecho docenas de veces antes que ella. Repetimos el día de la marmota en un ejemplo de pérdida de oportunidad al que estamos tristemente acostumbrados; así no se ganará la partida jamás. ¿Qué profesional sanitario no ha leído algún libro blanco de su especialidad o rol profesional, de su estructura de servicio, sea hospitalaria o ambulatoria, de la comunidad correspondiente o de la sociedad científica o colegio profesional de turno?
Cuando seguimos viendo como fallan las instituciones a la hora de gestionar un servicio público no podemos evitar pensar qué deriva llevamos dentro de unas organizaciones zombis que cada vez están más muertas que vivas, sostenidas por hordas de trabajadores cada vez más agotados y desmotivados. Y es que cuando un médico de familia termina su turno tras haber atendido a sesenta personas, o el personal de enfermería de un servicio de urgencia se revienta día tras día en lo que parece una batalla perpetua, dan ganas de colgar la bata y meterse en política o en cualquier actividad lejos de la asistencia.
Las soluciones llevan tiempo encima de la mesa. Desde hace lustros sabemos que el camino debe ir hacia la autonomía de gestión, la motivación del personal, la flexibilización de la prestación de servicios y la educación en salud y en uso del sistema sanitario por parte de la ciudadanía, entre otras cosas. El problema sigue siendo quién le pone el cascabel al gato, dado que una profunda reforma del sistema sanitario público exige "sangre, sudor y lágrimas" de los contribuyentes y eso tiene un coste político que requiere un nivel de agallas, ética y búsqueda del bien común que hasta el momento nadie ha tenido.
Dan ganas de pedir la dimisión de aquellos que tienen responsabilidades en el asunto. Pero nos saldría una lista inasumible por ser terriblemente extensa. Ministras, consejeros de sanidad, asesores, técnicos de dirección, directores, vicedirectores y demás personal de gestión conforman un auténtico ejército dentro de cada uno de los 17 sistemas sanitarios autonómicos. Lo cierto es que, pese a que la alternancia política los cambie de vez en cuando, como máximo se abordan pequeños arreglos cosméticos de chapa y pintura sin que nadie se atreva a impulsar la profunda reforma que el sistema lleva décadas pidiendo a gritos.
El escenario es de alta dificultad dado que la propia organización sanitaria es un sistema matemático complejo que fue creado para una coyuntura político-social determinada que ha cambiado bastante y evoluciona a un ritmo endiabladamente rápido, excesivo para la rigidez e inercia de organizaciones piramidales sólidas con mínimo margen para la innovación y el cambio. ¿Quién acometerá la labor de repensar el sistema y de implementar los cambios necesarios para conseguir la transición? Probablemente nadie desde dentro del propio sistema; habrá que salir con redes a pescar en las oceánicas aguas sociales y ofrecer la pesca tanto a la ciudadanía como a una mesa de consenso en la que participen representantes políticos de todo color. Mucho tendremos que cambiar para dejar de politizar algo tan goloso como la sanidad, que mueve un gran porcentaje de la tarta del dinero público, y aprender a mirar más allá del propio beneficio para buscar el bien social. Si no lo conseguimos, será el mercado quien gane la partida y termine tomando las decisiones. Si esto ocurre, la sociedad habrá perdido un tesoro que nunca ha llegado a entender plenamente ni a valorar en lo que vale.
Mientras tanto, la orquesta a la que pertenezco sigue acometiendo partituras livianas mientras el gran navío se hunde, lento pero constante, en las frías aguas de una coyuntura económica adversa. Si nos fijamos bien, hay lágrimas en muchos de los músicos, igual de saladas que el mar coyuntural que en poco tiempo los recibirá con los brazos abiertos.
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