Decidido, Snow compró un mapa del barrio y fue a ver al cura para pedirle que le dejara consultar el registro de entierros con la finalidad de anotar el domicilio de los fallecidos. La parroquia fue, pues, su principal fuente de datos, pero el investigador también contó con el registro de ingresos del hospital del barrio y, cuando la información no cuadraba, hacía visitas de campo para confirmar datos sobre el terreno. El mapa que salió de todo aquello fue tan clarificador que permitió determinar cuál era el pozo contaminante y el ayuntamiento lo clausuró, cortando la expansión de la epidemia. A partir del trabajo de John Snow quedó claro que las ciudades, si querían protegerse del cólera, debían diferenciar los pozos de abastecimiento de aguas potables de las fecales, asunto que hasta entonces no acababa de estar suficientemente claro.
Sorprende que, casi dos siglos más tarde, más de dos mil millones de personas en el mundo carecen de acceso al agua potable y, según la Fundación Bill & Melinda Gates, más de la mitad de la población mundial no dispone de acceso a sanitarios higiénicos, lo que provoca que cada año haya más de medio millón de muertes por diarreas, en su mayoría niñas y niños.
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